Imagen tomada de Cubanet
Aunque los embalses de Guantánamo alcanzaron “niveles históricos” de llenado tras el paso del huracán Melissa, la población sigue sin acceso regular al agua. Un reporte del periódico oficial Venceremos calificó la situación de “paradójica”, pues 180.000 guantanameros continúan afectados por fallas en el bombeo, interrupciones eléctricas y problemas de calidad del agua.
“El impacto de Melissa en los 10 municipios de la provincia resultó beneficioso, pues atravesábamos una sequía muy intensa y todos los embalses acumularon hoy un nivel importante de agua, el 95 % de su capacidad de llenado”, explicó Lexis Suárez Ramírez, director provincial de Acueducto y Alcantarillado. Pero ese alivio hídrico no se traduce en un servicio estable para la población.
Los municipios El Salvador, Niceto Pérez y Manuel Tames figuran entre los más golpeados. En esos territorios, el abasto depende casi totalmente del bombeo eléctrico, por lo que los apagones paralizan los sistemas y dejan a miles de personas sin suministro durante días.
Guantánamo tiene 176 sistemas de abasto, divididos en 88 por gravedad y 88 por bombeo. Aunque los sistemas por gravedad registraron daños en cuatro conductoras —ya restablecidas—, el panorama es distinto en los sistemas eléctricos. Tras la evacuación preventiva de equipos por el paso del ciclón, solo 73 de los 88 sistemas están activos. Otros 15 permanecen inoperantes por falta de electricidad, afectando a más de 15.000 habitantes.
Las autoridades reconocieron que se han visto obligadas a implementar un “servicio alternativo” mediante camiones cisterna. Sin embargo, los ciclos de distribución, que atienden a 101 comunidades con más de 15.000 residentes, pueden tardar entre 15 y 20 días, un plazo insostenible para cualquier familia.
Todo esto ocurre tras un período extremo de sequía: antes de Melissa, especialistas alertaban que el 99 % del territorio nacional sufría afectaciones por falta de lluvias, en el tramo más seco registrado en Cuba desde 1901. En la región oriental, la situación era especialmente crítica. Santiago de Cuba enfrentaba lo que se consideró “la sequía más severa de la última década”, y solo en su cabecera provincial cerca de medio millón de habitantes padecían la escasez de agua.
La llegada del ciclón llenó los embalses, pero no resolvió el problema fundamental: una infraestructura hídrica deteriorada, dependiente de sistemas eléctricos frágiles y con una gestión incapaz de transformar el agua almacenada en un servicio real para la población.
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