En Cuba, la brecha entre la élite política y el pueblo es cada vez más evidente, un fenómeno que rara vez aparece en los informes oficiales, pero que cualquiera puede observar con claridad. Mientras al ciudadano común se le exige “resistencia creativa”, sacrificios constantes y paciencia frente a la escasez y el deterioro de la vida cotidiana, aquellos con conexiones dentro del sistema disfrutan de una comodidad cada vez más visible y desproporcionada.
La crisis permanente que afecta al país —falta de agua, electricidad irregular, carencia de recursos básicos— contrasta con la vida de quienes reproducen el discurso oficial en medios estatales. Este contraste es, en esencia, la radiografía de un sistema desigual: mientras el pueblo se consume luchando por sobrevivir, la élite prospera sin enfrentar los mismos problemas.
Casos recientes como el del periodista Lázaro Manuel Alonso, quien apareció en Santiago de Cuba tras el paso del huracán Melissa, ilustran claramente esta dinámica. En medio de un país golpeado por la devastación, con familias sin acceso a lo más elemental, en la televisión se muestra a alguien que no comparte las mismas privaciones.
La escena revela, sin necesidad de comentarios, la diferencia entre quienes narran la historia desde la distancia y quienes la viven desde la vulnerabilidad. La imagen de funcionarios bien conectados en medio del sufrimiento generalizado es a la vez un motivo de indignación y un reflejo crudo de la desigualdad interna. Lázaro Manuel muestra un físico que para nada refleja los cuerpos endebles y sin fuerzas del cubano de a pie.
Este fenómeno no se limita a un caso aislado; es una práctica sistemática que premia la lealtad y la reproducción de los mensajes oficiales por encima de la realidad social. Quien sigue el guión establecido recibe beneficios que, para el ciudadano común, son inalcanzables. La “evolución del enchufado comunista” transforma la obediencia en privilegio, mientras que la población enfrenta una dieta de austeridad y dificultades que, en muchos casos, resulta mortal. Así, la televisión y los medios estatales se convierten en escaparates de una prosperidad selectiva, mostrando una Cuba que pocos viven y muchos sufren.
El efecto en la sociedad es devastador: desmotivación, frustración y un profundo sentido de injusticia que se acumula frente a la indiferencia de quienes deberían proteger y servir al pueblo. Las imágenes hablan por sí mismas; el cuerpo y la vida diaria nunca mienten. La realidad cubana está marcada por un pueblo que sobrevive en medio de la escasez y un grupo privilegiado que continúa defendiéndose del cambio y de la crítica, asegurando que la balanza del poder siga inclinada siempre hacia los mismos.
En este contexto, la diferencia entre el sufrimiento colectivo y el confort individual se convierte en el símbolo más claro de un sistema donde la justicia social ha dejado de ser una prioridad.
Del perfil de Yasmany Mayeta
Bruno Rodríguez reacciona con ataques al encuentro entre José Daniel Ferrer y Marco Rubio
Hace 1 día