La publicación de la página “Díaz-Canel Sin Gao” refleja una de las caras más crudas del deterioro social que vive Cuba hoy: la inseguridad, la desconfianza y la ineficiencia total de las autoridades.
Un joven de apenas 29 años fue sorprendido intentando robar en una paladar cerca de la medianoche. Su cómplice logró escapar. El supuesto ladrón, que afirmó ser cobrador de la luz, fue detenido por vecinos indignados que llamaron una y otra vez al 106 sin obtener respuesta inmediata. La policía, como casi siempre, llegó una hora después, cuando ya todo había pasado.
“Este país es una falta de respeto”, escribió el usuario. Y esa frase se ha convertido en el reflejo de un sentimiento colectivo. Los comentarios no se hicieron esperar: “Griten abajo el comunismo y ahí sí aparecen 100 patrullas”, ironizó un internauta. Otros denunciaron que “ya ni descansar se puede, hay que vigilar hasta de noche”.
La población se siente sola, sin protección y sin confianza. Mientras los funcionarios viven resguardados, el cubano de a pie enfrenta cada día más violencia, robos y asaltos. Algunos intentan justificar al joven, diciendo que “parece tener problemas mentales” o que “tenía hambre”, pero otros son contundentes: “No hay justificación, todos pasamos necesidad y no salimos a robar”.
El miedo ya no viene solo del Estado, sino también del propio entorno. Vecinos vigilando, madres asustadas, ancianos encerrados tras rejas oxidadas. La miseria está empujando a la gente a la desesperación, y eso es lo más peligroso de todo.
Mientras tanto, la policía brilla por su ausencia cuando se trata de proteger al pueblo, pero aparece en minutos si alguien grita “Abajo la dictadura”. Esa contradicción resume el colapso moral de un sistema que prioriza la represión política por encima de la seguridad ciudadana.
En un país donde el hambre y la desigualdad ya son parte del paisaje, la delincuencia se convierte en el síntoma más visible de una sociedad rota. Lo más alarmante no es solo el intento de robo, sino el sentimiento de impotencia de quienes ya no esperan nada de las instituciones.
“Nos estamos destruyendo entre nosotros mismos”, escribió el testigo. Y tenía razón: Cuba se está desmoronando no solo por falta de pan, sino por la pérdida total de esperanza.
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