La confirmación oficial de que la economía cubana continúa en caída libre no sorprendió a nadie, pero el tono sombrío del más reciente informe del ministro de Economía, Joaquín Alonso Vázquez, dejó sin espacio a la más mínima esperanza...
¡cero optimismo!
Durante el Quinto Período Ordinario de Sesiones de la Asamblea Nacional, el propio gobierno admitió que el Producto Interno Bruto (PIB) cayó un 1,1 % en 2024, acumulando así un retroceso del 11 % desde 2019. La contracción económica no es ya una consecuencia coyuntural, sino un fenómeno estructural que afecta todos los sectores productivos del país.
La debacle se profundiza con cifras alarmantes: la actividad agrícola, ganadera y minera se desplomó un 53 % en comparación con el año prepandemia; la industria manufacturera y azucarera cayó un 23 %; y los servicios —incluyendo educación y salud— retrocedieron un 6 %.
El informe no oculta tampoco que los ingresos por exportaciones apenas alcanzaron el 91 % de lo planificado, lo que representa una caída del 7 % respecto a 2024, mientras el turismo —llamado a ser un pilar de recuperación— recibió apenas el 71 % de los visitantes esperados.
La escasez de divisas, combustible, alimentos e insumos productivos ha generado un círculo vicioso de estancamiento, inflación y caída en la capacidad adquisitiva de la población cubana, cada vez más empobrecida y sin expectativas de mejora real en el corto plazo.
Aunque el informe del ministro responsabiliza en parte al embargo estadounidense y a factores globales, también admite errores internos graves y desviaciones que comprometen el funcionamiento macro y microeconómico del país.
En un intento por mostrar iniciativa, el gobierno ha aprobado 29 esquemas de autofinanciamiento en divisas para sectores como la minería, el carbón y la acuicultura.
También informó que las exportaciones de las formas de gestión no estatal aumentaron un 30 %, lideradas por mipymes que venden carbón vegetal y servicios informáticos. Sin embargo, estos avances marginales no han sido suficientes para revertir el panorama general.
El contraste entre las promesas de transformación estructural y las duras cifras oficiales refleja la desconexión entre el discurso gubernamental y la realidad de la calle. Mientras se habla de 'corregir distorsiones' y 'reimpulsar la economía', la mayoría de los cubanos lucha día a día por conseguir alimentos, medicamentos o transporte.
La brecha entre las expectativas del régimen y la situación real continúa ensanchándose. Aunque se anuncian inversiones en energías renovables y reorganización empresarial, la percepción general es de un país que, más que avanzar, se hunde lentamente bajo el peso de su ineficiencia y falta de rumbo claro.
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