La reciente elección de Rosa María Payá como comisionada de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) ha provocado una furiosa reacción del régimen cubano, que no ha tardado en lanzar una ofensiva propagandística para desacreditarla. La razón de fondo es evidente: su designación representa una afrenta directa a una dictadura que ha violado sistemáticamente los derechos humanos durante más de seis décadas y que ahora ve cómo una de sus voces más críticas ocupa un espacio de poder legítimo y respetado en el continente.
Rosa María Payá, hija del reconocido líder opositor Oswaldo Payá —asesinado en 2012 bajo circunstancias que apuntan al aparato represivo del Estado cubano—, ha dedicado su vida a denunciar las violaciones cometidas por el régimen castrista. Desde foros internacionales hasta plataformas ciudadanas como Cuba Decide, ha exigido justicia, democracia y respeto por los derechos fundamentales de los cubanos. Su activismo ha incomodado profundamente a La Habana, que no soporta que su historial represivo sea expuesto en espacios donde ya no puede imponer su narrativa.
El Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba emitió una declaración plagada de ataques personales y desinformación, acusándola de “mercenaria” y de formar parte de una supuesta conspiración orquestada por Washington. Como es habitual, la dictadura intenta ocultar su intolerancia con argumentos absurdos y conspiranoicos, mientras ignora el verdadero motivo de su molestia: Rosa María Payá representa una voz libre, valiente y con credibilidad internacional que denuncia lo que ellos intentan silenciar.
Las acusaciones del régimen, lejos de tener fundamento, son una proyección de su propio desprecio por los derechos humanos. Pretenden cuestionar su independencia y su conocimiento en la materia, cuando en realidad lo que los incomoda es su integridad moral, su compromiso con las víctimas del autoritarismo cubano y su decisión de no guardar silencio frente a los crímenes de Estado.
Más allá de los ataques oficiales, la designación de Payá es un símbolo del avance de la verdad frente a la censura. Que una cubana marcada por el dolor de la pérdida de su padre a manos del sistema que ahora la difama, haya sido elegida comisionada de la CIDH, es un mensaje claro: el mundo no está dispuesto a ignorar más la represión en Cuba.
La reacción del régimen demuestra cuánto les perturba que se escuche a quienes denuncian sus abusos. El hecho de que se haya recurrido a una campaña de descrédito tan agresiva evidencia el temor que les genera perder el monopolio del relato y ser expuestos ante la comunidad internacional por lo que realmente son.
La dictadura no soporta que la defensa de los derechos humanos tenga rostro cubano y voz propia. Y mucho menos que esa voz sea la de Rosa María Payá.
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