Durante un encuentro celebrado en Bogotá con operadores turísticos y aerolíneas, el ministro de Turismo de Cuba, Juan Carlos García Granda, propuso una idea tan ambiciosa como polémica: crear un sistema de visado compartido entre países de América Latina, siguiendo el modelo del espacio Schengen europeo.
Su planteamiento busca facilitar la movilidad de viajeros por el continente y atraer flujos turísticos lejanos, principalmente desde China, Rusia o Turquía. Según el ministro, si un visitante llega a La Habana, debería poder continuar su recorrido por Cancún, Cartagena o Lima sin tener que enfrentar nuevos trámites migratorios.
La propuesta, presentada como parte de una estrategia regional de turismo, se enmarca en una situación crítica para el sector en Cuba. De los 4,7 millones de turistas recibidos en 2017, la Isla apenas logró captar 2,2 millones en 2024. García Granda atribuye esta caída a múltiples factores, desde la pandemia y la crisis energética hasta las sanciones estadounidenses, que han deteriorado aún más la percepción internacional del país.
En este contexto, el gobierno cubano ha puesto la mira en Asia, en especial en China, eliminando el visado para sus ciudadanos y aumentando la conectividad aérea con vuelos semanales entre Beiying y La Habana.
"La iniciativa del visado regional no es solo un gesto diplomático: es una maniobra desesperada que busca reanimar un turismo moribundo, apelando a la integración como salvavidas colectivo." Sin embargo, la viabilidad de un “Schengen latinoamericano” es más que dudosa. América Latina carece de la cohesión política, la infraestructura legal y la voluntad multilateral que hicieron posible el espacio europeo.
Las enormes diferencias entre los países de la región, sumadas a la inestabilidad y las prioridades divergentes, hacen que el sueño de una visa común sea, por ahora, una ilusión lejana.
Además, en el caso cubano, la propuesta podría ser vista como un intento por desviar la atención de los verdaderos problemas del sector: la falta de servicios básicos, la censura, la represión y la constante crisis económica que afecta tanto a la población como a los visitantes. "La idea del ministro puede sonar innovadora, pero difícilmente compensará la desconfianza creciente hacia el destino Cuba, especialmente entre turistas que buscan estabilidad, libertad y calidad."
La propuesta de García Granda puede interpretarse como un ejercicio retórico o como una forma creativa de “resistencia”, pero no resuelve los desafíos estructurales que impiden a Cuba competir en el mercado turístico internacional. El turismo no se reactiva con discursos, sino con realidades concretas.
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