La cúpula castrista mostró su faceta más visible: la reactivación del Consejo de Defensa Nacional, con Raúl Castro reapareciendo como eje de la dirección política-militar. Lejos de ser un simple acto protocolario, la escena parece diseñada para enviar un mensaje contundente: quienes realmente deciden continúan al mando, listos para responder a cualquier contingencia que altere el equilibrio regional.
El gesto coincide con el aumento de las tensiones en la región tras declaraciones de actores internacionales que han reavivado miedos y especulaciones sobre incursiones y operaciones contra regímenes aliados.
En la exhibición oficial, los rostros marcados por la veteranía y los uniformes verde olivo recrearon una postal de tiempos de control estricto. Sin embargo, detrás del montaje hay una lectura política clara: el liderazgo formal, encabezado por Miguel Díaz-Canel, queda relegado a un papel secundario.
La difusión pública de la figura de Raúl —presentado como “el jefe al frente”— apuntala la percepción de que el poder real permanece en manos de quienes forjaron el sistema y no en la nueva generación que debería modernizarlo.
La maniobra parece perseguir dos objetivos. Por un lado, reafirmar la cohesión interna del aparato militar y burocrático, mostrando unidad y capacidad de respuesta ante amenazas externas. Por otro, enviar señales disuasorias a actores regionales e internacionales, exhibiendo disposición a defender lo que consideran intereses estratégicos.
Para buena parte de la población, estas acciones despiertan escepticismo y cansancio: muchos cuestionan que se celebren exhibiciones de fuerza mientras persisten problemas crónicos en servicios públicos, suministros y salud.
Las reacciones en redes y comentarios públicos oscilan entre la ironía y la indignación. Para una parte de la ciudadanía, estas escenificaciones sólo subrayan la distancia entre una élite que mantiene privilegios y una mayoría que afronta precariedad diaria. Para otros, la convocatoria militaresca revive temores sobre medidas de control interno si la estabilidad del poder llega a verse amenazada.
En definitiva, la activación del Consejo de Defensa y la prominencia de Raúl Castro no parecen meros actos ceremoniales: configuran una respuesta calculada ante un entorno regional volátil. Mientras tanto, la figura de Díaz-Canel —presentada por la propaganda como presidente visible— sigue proyectando la imagen de alguien que cumple la función pública del poder, mientras las decisiones estratégicas y de mayor calado se concentran en la vieja guardia.
La incertidumbre regional y la priorización de la seguridad por encima de las necesidades sociales presagian un periodo de tensión política y más discursos autoritarios que buscarán justificar medidas excepcionales en nombre de la defensa.
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