En Cuba, morir también se ha convertido en un problema. Lo que debería ser un proceso digno y ágil para despedir a un ser querido, se transforma en una odisea llena de carencias, demoras y precariedad. Ciego de Ávila, como el resto del país, es testigo de esta crisis en los servicios necrológicos, donde la falta de transporte, ataúdes de mala calidad y la escasez de flores convierten el duelo en una experiencia aún más amarga para los familiares.
Mientras el gobierno garantiza una flota de vehículos de lujo para el turismo y altos funcionarios, los servicios funerarios operan con un parque automotor en estado crítico. De los 19 carros fúnebres en Ciego de Ávila, solo 8 están en funcionamiento. Municipios enteros, como Baraguá y Venezuela, no cuentan con un solo vehículo para trasladar a los fallecidos. La demora en la llegada de estos carros es una queja constante, lo que obliga a los familiares a esperar largas horas para poder enterrar a sus difuntos.
Irónicamente, cuando un turista fallece en los cayos, se garantiza su traslado inmediato hasta La Habana. Sin embargo, para un cubano promedio, trasladar el cuerpo de un familiar a otro municipio se convierte en una gestión difícil y costosa, dejando en evidencia una vez más la falta de prioridad que el régimen da a las necesidades de su pueblo.
Los ataúdes en Cuba reflejan el deterioro de la economía nacional. La mala calidad de la madera, la escasez de materiales y la falta de personal capacitado han convertido estos elementos esenciales en productos deficientes. Antes se contaba con un tipo de cartón prensado que brindaba mayor resistencia, pero hace años que no llega a la isla. Hoy, muchos féretros carecen incluso de un cristal digno, limitándose a un pequeño cuadrado de vidrio colocado en la funeraria.
Por otro lado, la oferta floral también es limitada. Cada fallecido recibe entre cinco y siete coronas, si la producción lo permite. Si la familia desea más, simplemente no hay. La falta de flores es atribuida a la estacionalidad y a la escasez de recursos, pero esta carencia contrasta con la abundancia de arreglos florales en los actos políticos y homenajes organizados por el gobierno.
Los camposantos de la isla también sufren el abandono estatal. En Ciego de Ávila, muchas bóvedas privadas están en total deterioro, y la limpieza de los cementerios depende de los propios trabajadores de servicios comunales, que además de realizar entierros, deben encargarse del mantenimiento. Los familiares de los fallecidos muchas veces se ven obligados a lidiar con la falta de espacio en los cementerios y con la burocracia para obtener un lugar donde enterrar a su ser querido.
El colapso de los servicios funerarios es solo una muestra más del fracaso del modelo cubano. Mientras el gobierno invierte en el turismo y en mantener los privilegios de sus dirigentes, la población sufre hasta en la muerte. No hay carros para llevar a los muertos al cementerio, pero sí para los funcionarios que viajan constantemente dentro y fuera del país. No hay madera para ataúdes dignos, pero sí para renovar hoteles. No hay flores para despedir a los difuntos, pero sí para adornar monumentos oficiales.
El último adiós en Cuba se ha convertido en una pesadilla, y lo más trágico es que, para muchos, ni siquiera la muerte los libera de las carencias del sistema.
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