Mientras el régimen presume haber recogido 35 mil metros cúbicos de basura en La Habana, la realidad es que más de mil circunscripciones continúan hundidas en la suciedad, con montañas de desechos que se desbordan entre solares, hospitales y escuelas.
Lo que el gobierno intenta vender como una “movilización exitosa” no es más que un parche desesperado ante un colapso sanitario que lleva años gestándose por pura ineficiencia estatal.
Durante el fin de semana, Díaz-Canel y su comitiva salieron a “dar el ejemplo”, escoba en mano y cámaras detrás, barriendo unas cuantas calles mientras miles de vecinos siguen respirando el hedor de la desidia.
El propio gobernante admitió que el esfuerzo no resolverá el problema y que no existe un plan sostenible para mantener la ciudad limpia. Una confesión que retrata el fracaso total de la gestión comunal.
La Habana, una capital que alguna vez fue orgullo del Caribe, hoy parece un vertedero a cielo abierto. Los vecinos denuncian que las moscas, los roedores y las enfermedades se multiplican entre los montones de basura que el Estado no recoge a tiempo.
Cada lluvia convierte las calles en ríos de desechos, arrastrando restos hasta las puertas de hospitales, escuelas y viviendas.
En lugar de reconocer el desastre estructural —falta de camiones recolectores, combustible, salarios dignos y gestión eficiente—, el gobierno insiste en apelar al “trabajo voluntario” y a la “participación popular”. Es decir, culpa a los ciudadanos por un problema creado por su propia incompetencia.
Los habaneros, hartos de excusas, lo dicen claro en redes: “Si el Estado no puede manejar la basura, ¿cómo va a manejar un país?”. Las imágenes de cúmulos de desperdicios frente a los hospitales o de niños jugando entre bolsas podridas se han vuelto cotidianas y estremecedoras.
Mientras tanto, los medios oficiales aplauden la “reacción del pueblo” y el “liderazgo de la Revolución”. Pero tras la foto del gobernante barriendo queda la verdad que nadie puede ocultar: Cuba se desmorona incluso en algo tan básico como mantener limpias sus calles.
Sin combustible, sin infraestructura, sin transparencia y con un aparato estatal más preocupado por el maquillaje mediático que por la salud de su pueblo, La Habana apesta, literalmente, a abandono y corrupción.
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