Lo que en redes sociales comienza como un simple juego puede convertirse rápidamente en una situación peligrosa con consecuencias graves.
Un ejemplo reciente es el "Chromebook Challenge", una tendencia viral entre adolescentes que ha llevado a incendios en escuelas, expulsiones e incluso arrestos. El reto, aparentemente inofensivo, consiste en manipular computadoras escolares para provocar cortocircuitos o sobrecalentamientos, lo que ha generado daños materiales y riesgos para la seguridad.
Este fenómeno no es nuevo. Las redes sociales han sido el origen de múltiples “challenges” que, aunque se presentan como bromas o pruebas de valentía, han causado daños físicos, psicológicos y legales.
El “Fire Challenge”, por ejemplo, invitaba a los jóvenes a rociarse con alcohol y prenderse fuego, lo que resultó en quemaduras de gravedad y hospitalizaciones. En otro caso, el “Skull Breaker Challenge” se viralizó en plataformas como TikTok y consistía en hacer caer a una persona hacia atrás de forma violenta, provocando lesiones en la cabeza y la columna vertebral.
El atractivo de estos retos suele estar en la búsqueda de aceptación social, la adrenalina o la viralización del contenido. Sin embargo, lo que comienza como un gesto de diversión puede acabar en tragedia.
El “Tide Pod Challenge”, donde adolescentes ingerían cápsulas de detergente, provocó numerosas intoxicaciones. Asimismo, el “Benadryl Challenge” alentaba a consumir altas dosis del medicamento para inducir alucinaciones, causando hospitalizaciones y, en algunos casos, la muerte.
Frente a estas tendencias, autoridades escolares, médicas y policiales han emitido alertas sobre los peligros reales de participar en estos desafíos. La prevención pasa por una mayor educación digital, el acompañamiento de padres y docentes, y el fomento de una cultura de responsabilidad en línea.
No se trata solo de evitar daños inmediatos, sino de comprender que la presión por encajar en redes puede tener consecuencias irreversibles. El mensaje es claro: no todo lo viral es inofensivo. Lo que parece un juego puede convertirse en un delito.