El artículo publicado en el periódico Girón, de la provincia de Matanzas, bajo el título “Precios que suben y salarios estáticos”, describe con tono resignado una realidad cotidiana para millones de cubanos: el alza imparable de los precios, mientras los salarios siguen atascados en una cifra que, cada día, compra menos. Sin embargo, pese a reconocer los efectos devastadores de la inflación sobre el bolsillo del trabajador, el texto nunca se atreve a dar el paso más honesto y necesario: señalar al verdadero responsable de esta catástrofe económica.
El periodista recoge con cierto dramatismo cómo el café estatal ha pasado de 50 a 100 pesos en apenas unos meses, y cómo una pizza “económica” se ha convertido en un lujo progresivamente inalcanzable. Es un retrato claro de la espiral inflacionaria que azota al país. Sin embargo, tras relatar los efectos, omite por completo las causas estructurales: las decisiones del Gobierno cubano, su modelo económico centralizado, su falta de reformas profundas y su política monetaria errática.
Lo más llamativo del texto es que, aunque se evidencian las consecuencias del desastre económico, se evita toda mención directa al régimen cubano como generador del problema. El autor pregunta quién podrá detener la subida de los precios, pero no se atreve a mirar hacia arriba, hacia el aparato estatal que monopoliza los sectores productivos, impone controles absurdos y continúa tomando medidas que hunden aún más la economía.
El fenómeno que describe el artículo no es una maldición bíblica ni un fenómeno natural. Es el resultado directo de políticas económicas fallidas: la Tarea Ordenamiento, por ejemplo, que prometía organizar la economía pero terminó disparando los precios y desestabilizando aún más el poder adquisitivo; el empecinamiento del Estado en mantener un sistema de precios topados artificialmente que nunca ha funcionado; y la negativa a permitir la libre empresa y la competencia real que podría moderar los precios.
A esto se suma la continua emisión de dinero sin respaldo productivo, una receta clásica para disparar la inflación. El periodista lo menciona de pasada —“imprimir billetes de más solo puede empeorar la situación”—, pero no explica por qué se hace ni quién lo decide. Tampoco habla de la dualidad monetaria informal que reina en las calles, donde el dólar dicta la vida de todos, aunque el Gobierno no se atreva a reconocerlo oficialmente.
Otra omisión grave es el silencio sobre el costo humano de esta crisis. El autor se refiere con pena a los fumadores que han tenido que dejar el vicio por necesidad, o a quienes han tenido que eliminar productos básicos de sus listas de compra. Pero no habla de los niños que no pueden tomar leche, de los ancianos que no pueden comprar medicinas, o de las madres que deben elegir entre alimentar a sus hijos o a sí mismas.
El artículo concluye con una serie de preguntas que reflejan el desconcierto de la población: ¿Quién detiene el alza? ¿Dónde está el límite? ¿Qué más debemos dejar de consumir? Pero el verdadero problema no está en la falta de respuestas, sino en el miedo a plantear la única respuesta válida: mientras el Gobierno no cambie el rumbo económico, no habrá límite al deterioro.
El modelo económico cubano ha fracasado. La centralización, el control absoluto del Estado sobre la producción, el ahogo del sector privado y la represión de toda iniciativa fuera del aparato gubernamental han llevado al país a una precariedad estructural. La inflación galopante y la caída del poder adquisitivo no son anomalías: son consecuencias lógicas.
La prensa oficialista, aún cuando roza la crítica, se detiene siempre a un paso de la verdad. El artículo de Girón es un claro ejemplo de esto: una denuncia sin destinatario, una queja al aire que evita responsabilizar al único ente con poder de decisión en Cuba: el Estado-Partido.
Mientras no se hable con claridad sobre el origen del desastre económico, toda crítica será incompleta. Y mientras se sigan escribiendo artículos como este, que se quedan en el lamento y no avanzan hacia el cuestionamiento político, el cubano seguirá viendo cómo suben los precios, cómo su salario se diluye… y cómo su esperanza se agota.
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