El fuego sigue arrasando España y cada jornada deja un rastro más doloroso. Lo que empezó como un incendio controlable en zonas rurales se ha convertido en una tragedia que devora hogares, campos y vidas enteras.
En San Vicente de Leira, en la provincia de Ourense, el fuego no perdonó nada: ni las casas, ni los animales, ni los huertos, ni las pertenencias que familias enteras habían construido durante generaciones. Todo quedó reducido a cenizas en cuestión de horas.
Jaime, un vecino de 75 años, se convirtió en símbolo del drama cuando, con lágrimas en los ojos, contó cómo luchó durante toda la noche junto a sus vecinos para intentar frenar las llamas. “Nos quedamos hasta el final, hasta que vimos que casi estábamos en medio de una ratonera”, relató.
Su esfuerzo fue inútil. El pueblo entero quedó reducido a polvo y humo.
La desesperación de los vecinos se mezcla con la indignación: no apareció nadie para ayudar. Ni bomberos, ni brigadas forestales, ni helicópteros, ni militares. Nadie.
Solo el fuego avanzando, primero desde un foco que comenzó el miércoles en otra localidad, y que el sábado llegó a San Vicente para engullir todo lo que encontraba a su paso.
La impotencia es absoluta.
Mientras tanto, los bomberos forestales que sí combaten las llamas en otros frentes hablan de jornadas extenuantes que terminan con pérdidas humanas. “El cansancio se siente en cada músculo, pero hay que seguir. La vida de la gente lo vale todo”, dicen.
Son héroes anónimos que enfrentan una batalla desigual contra un enemigo que no da tregua, en medio de un clima seco, vientos imprevisibles y temperaturas extremas.
La situación pone en evidencia no solo la fuerza devastadora de la naturaleza, sino también la fragilidad de un sistema de prevención y respuesta que no siempre llega donde debería.
Lo ocurrido en Ourense deja una herida profunda: familias enteras sin techo, ancianos que lo han perdido todo y pueblos que desaparecen del mapa sin que nadie haya podido evitarlo.
España arde, y con ella la vida de quienes habitan en esos lugares. Hoy, el grito es unánime: no pueden quedar solos frente al fuego.
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