En el municipio costero de Chivirico en Santiago de Cuba, donde las carencias cotidianas son parte del paisaje y la escasez de combustible ha paralizado desde ambulancias hasta tractores, el "compañero" Osmel Vázquez, actual Jefe de Sector, se ha convertido en un símbolo de la contradicción entre el discurso oficial y la práctica real.
Mientras las autoridades predican sacrificio, austeridad y vigilancia revolucionaria, algunos de sus cuadros, como Osmel, han encontrado formas "creativas" de aprovechar las grietas del sistema, dedicándose discretamente al trapicheo de combustible en el mercado informal.
Según testimonios de vecinos y trabajadores estatales, Osmel no solo ha tolerado estas actividades en su entorno, sino que participa activamente en ellas. Camiones que deberían surtir a instituciones públicas son desviados para "negociaciones" nocturnas con choferes particulares o transportistas informales.
Según el opositos Saúl Manuel, compositor y cantante que vive en el exterior, "todo ocurre bajo la sombra de un uniforme que supuestamente representa el orden y la ley"
El de Vázquez no es un caso aislado. En Palma Soriano, por ejemplo, se ha reportado que otro jefe de sector facilitaba el desvío de gasolina destinada a la empresa eléctrica, mientras en Guamá, varios inspectores cobraban en MLC para no multar a boteros que operan sin licencia. La cadena de impunidad es tan sólida como el silencio que la sostiene. A menudo, las denuncias quedan enterradas entre promesas de "investigación interna" y la conocida frase: “Ese es un compañero confiable”.
Mientras tanto, la población sigue haciendo largas colas de horas bajo el sol, mendigando un litro de gasolina o una explicación coherente. La Revolución, que en sus inicios prometía igualdad y justicia, hoy se ve traicionada por sus propios cuadros intermedios, cuya lealtad parece depender más del beneficio personal que del pueblo que dicen representar.
La corrupción no es un accidente: es el síntoma de un sistema que ya no se vigila a sí mismo.