René Fidel González García, Doctor en Ciencias Jurídicas y voz crítica del sistema cubano, lanza un reclamo firme, ético y profundamente humano: si no vamos a hablar de los privilegios, hablemos de los pobres. Su discurso es más que una denuncia: es una convocatoria moral a una ciudadanía anestesiada por la costumbre del silencio.
El contraste entre el poder y la pobreza, en un país donde la austeridad es exigida al pueblo pero ignorada por las élites, González confronta directamente la contradicción: si no vamos a hablar de los viajes personales de la esposa del Presidente en medio de giras oficiales, entonces tenemos que hablar de la pobreza que viven millones de cubanos cada día. No es un reproche trivial, es un grito de alerta. En un país donde los gastos del protocolo oficial son inamovibles, los gastos del pueblo son sacrificios vitales.
De la invisibilidad a la denuncia pública, González García pone rostro a la pobreza: niños desnutridos en escuelas, enfermos sin recursos en hospitales, mujeres y hombres ignorados por el sistema penitenciario y judicial. Habla de cuerpos cansados, de sueños rotos, de vidas que el relato oficial borra. Y lo más lacerante es la conclusión: si no los vemos, es porque nos negamos a vernos.
Migración y empobrecimiento: la verdad oculta, mientras los discursos oficiales hablan de "motivos económicos" para justificar el éxodo masivo, González desvela lo que se oculta tras esa etiqueta técnica: pobreza. Médicos, agricultores, policías, sepultureros, maestros… el alma laboral del país se marcha, no por capricho, sino por hambre, desamparo y falta de futuro.
El artículo no sólo interpela al Estado, sino a cada ciudadano. Nos habla del miedo, la apatía, el silencio cómplice. Nos enfrenta con una verdad dolorosa: si callamos ante la pobreza, ante la desigualdad, ante la injusticia, entonces somos parte del problema. Su mensaje final es crudo pero necesario: "si seguimos sin hablar, estamos renunciando a nuestro propio futuro. No los vemos —dice— porque no queremos vernos. ¿No vamos a hacer nada?"
Más allá de la crítica política, René Fidel hace una apelación a la ética colectiva. Su llamado no es sólo opositor, es profundamente humanista. Nos recuerda que el derecho a la igualdad política es inútil si no viene acompañado del derecho a una vida digna. Y en su denuncia, no hay odio, sino un profundo amor por un país al que aún sueña más justo, más honesto, más humano.
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