El Palacio de Miraflores atraviesa momentos de máxima tensión política y militar. La presión diplomática y las maniobras militares impulsadas por el presidente estadounidense Donald Trump han colocado al régimen de Nicolás Maduro en una posición cada vez más frágil, mientras crecen las sospechas internas de deserciones y la desconfianza entre los propios aliados del chavismo.
Fuentes cercanas al entorno presidencial, citadas por la prensa internacional, aseguran que el nerviosismo se ha instalado en la cúpula de poder en Caracas. A los despliegues de buques y aviones estadounidenses en aguas del Caribe se suman mensajes velados de funcionarios norteamericanos, que sugieren la existencia de contactos secretos con figuras clave de las Fuerzas Armadas venezolanas.
Uno de esos mensajes, dirigido al piloto presidencial Bitner Javier Villegas, despertó teorías sobre negociaciones clandestinas que podrían abrir la puerta a una transición política.
El propio Maduro ha reaccionado con un discurso que busca proyectar firmeza, pero que ha dejado más dudas que certezas entre sus seguidores. En una carta enviada a Trump, intentó mostrarse abierto a un eventual acercamiento, aunque insistió en denunciar las “fake news” sobre conspiraciones y fracturas en su círculo de confianza.
La contradicción entre el tono desafiante y los gestos conciliadores ha sido interpretada por analistas como una señal del pánico que cunde en Miraflores.
Mientras tanto, las Fuerzas Armadas venezolanas han reforzado su presencia en el Caribe y lanzado ejercicios de defensa en barrios populares, en un intento de mostrar músculo frente a la opinión pública. Sin embargo, las imágenes difundidas contrastan con los rumores de fisuras internas y con la creciente desconfianza de una población golpeada por la crisis económica y el desgaste político del chavismo.
En Washington, la Casa Blanca justifica el despliegue militar como parte de su lucha contra el narcotráfico en la región. No obstante, expertos señalan que esta narrativa sirve también para presionar a Maduro, quien ha sido señalado en repetidas ocasiones de vínculos con redes criminales transnacionales, aunque sin una condena judicial que lo respalde.
El tablero geopolítico se complica aún más con las maniobras diplomáticas. Caracas busca interlocutores más moderados en Estados Unidos, excluyendo a figuras como Marco Rubio, férreo opositor al chavismo y cercano a la líder venezolana María Corina Machado. En paralelo, se insiste en que Richard Grenell, exnegociador en procesos internacionales, encabece cualquier acercamiento.
Con la presión externa en aumento y la posibilidad de deserciones dentro de sus propias filas, el régimen de Maduro enfrenta una crisis inédita. Lo que hace meses parecía un pulso político rutinario se ha convertido en un escenario cargado de incertidumbre, donde la sombra de una intervención militar deja de ser una hipótesis lejana para convertirse en un temor real.
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