“Quiero ir a Bayamo montando en coche…”, dice el viejo estribillo popular de Son 14, y parece que la Serie Nacional de Béisbol en Cuba ha encontrado en los problemas de transportación y hospedaje una suerte de partitura que acompasa su accidentado arranque. Apenas horas después de conocerse que la subserie entre Las Tunas y Ciego de Ávila no pudo iniciar por la falta de condiciones en los hoteles tuneros, ahora se pospone también el comienzo del enfrentamiento entre Industriales y Granma, por una dificultad no menos simbólica: la transportación.
Según el calendario oficial, los azules de la capital debían salir desde la Isla de la Juventud, donde jugaron en su anterior presentación, y embarcar en el ferry hasta Batabanó. Desde allí, en cuestión de menos de 24 horas, debían recorrer por carretera el tramo que los llevaría hasta Granma, sede del nuevo duelo. Sin embargo, el trayecto no pudo completarse como estaba planificado, y el equipo quedó varado entre las dificultades logísticas, dependiente de los vaivenes del transporte automotor< una crisis de larga data que al parecer los encargados de planificar el cronograma pasaron por alto. O peor, si les dio igual.
El béisbol cubano, que durante décadas se ufanó de ser el espectáculo deportivo más seguido de la nación, se ve hoy atrapado en una cadena de improvisaciones que reflejan con crudeza la crisis de infraestructura del país. Lo sucedido con Industriales y Granma no es un hecho aislado, sino la prolongación de un mal que viene repitiéndose con alarmante frecuencia. Primero fue el hospedaje en Las Tunas, ahora la carretera hacia Granma: el deporte nacional vive en carne propia el deterioro de servicios básicos que golpea a toda la sociedad cubana.
Más allá de la anécdota pintoresca de que “no llegaron a tiempo” o de que el calendario se desacomoda una y otra vez, el trasfondo es serio: los peloteros no cuentan con garantías mínimas para competir, los aficionados se desilusionan con suspensiones reiteradas, y la organización del torneo pierde credibilidad. La Serie Nacional, que debería ser un espacio de orgullo, se transforma en un espejo incómodo de la precariedad, donde no hay camas para hospedar a un equipo y tampoco transporte seguro para trasladar a otro.
El calendario beisbolero, que debería marcar el ritmo deportivo de la isla, termina pareciéndose más a un bolero de improvisaciones y olvidos. Y entre tanto, mientras la pelota sufre los efectos de la desorganización, la música popular ofrece los símiles más exactos para describir la situación: ayer no había cama para tanta gente, hoy toca ir “a Guayamo en coche”.
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