La provincia de Matanzas atraviesa una de las peores emergencias sanitarias de los últimos años: un repunte alarmante de casos de dengue y Chikungunya mantiene en vilo a las familias y presiona hasta el límite a los hospitales locales. El mosquito Aedes aegypti, favorecido por la humedad, las lluvias constantes y la acumulación de basura en las calles, se ha convertido en protagonista de una crisis que el propio gobierno admite no puede controlar por falta de recursos.
Durante un encuentro con autoridades locales, la viceministra de Salud Pública reconoció que el país enfrenta “serias dificultades” para sostener las campañas de fumigación y control vectorial. La escasez de insecticidas, equipos de fumigación, combustible y hasta personal especializado obliga a depender de estudiantes, voluntarios y trabajadores de sectores ajenos a la salud para intentar frenar el avance del brote.
En municipios como Colón y Jovellanos, los casos sospechosos se cuentan por cientos en cuestión de días, y lo más preocupante es que casi la mitad corresponde a menores de edad. Las familias denuncian que no hay suficiente capacidad hospitalaria ni condiciones de aislamiento adecuadas para atender a todos los enfermos, mientras que los medicamentos básicos se encuentran cada vez más escasos.
La población siente que las acciones llegan tarde y mal organizadas. Calles repletas de microvertederos, interrupciones constantes en la recogida de basura y problemas en el acceso al agua potable crean el escenario perfecto para que el mosquito se reproduzca sin control.
En los barrios, el llamado oficial al “autofocal familiar” resulta casi irónico: ¿cómo pedir a los vecinos que eliminen criaderos si ni siquiera cuentan con condiciones mínimas de higiene?
El virus del Chikungunya, con sus secuelas prolongadas de dolores articulares y fatiga extrema, preocupa tanto como el dengue, que ya muestra signos de complicaciones graves en pacientes ingresados en hospitales de la provincia.
La saturación de salas y la carencia de insumos básicos ponen en evidencia las grietas de un sistema de salud debilitado, que depende más de la resistencia ciudadana que de una estrategia estatal clara.
Lo cierto es que Matanzas enfrenta hoy una batalla desigual. La pregunta que queda flotando es si el régimen será capaz de garantizar las condiciones mínimas para contener esta crisis, o si, como tantas veces, la población tendrá que arreglárselas sola frente a un enemigo microscópico pero implacable.
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