El Gran Maestro cubano Lázaro Bruzón compartió una reflexión profunda sobre lo que significa realmente “ser consecuente”, un concepto que, según explica, es esencial para comprender por qué tantos cubanos han necesitado años para aceptar que aquello que defendieron durante décadas no era lo que parecía.
Su texto, que ha generado miles de reacciones, inicia reconociendo un proceso común en la historia reciente de la Isla: la evolución individual a medida que la realidad desmonta los discursos oficiales.
Bruzón recuerda que él, como la mayoría de los cubanos, creyó durante mucho tiempo que el sistema político y la llamada revolución representaban lo mejor para el país. Esa fe, compartida por generaciones enteras, se basaba en la información limitada y en la narrativa única que durante años dominó todas las estructuras del Estado. Pero hoy —afirma— resulta imposible para cualquier persona honesta apoyar lo que sucede en Cuba, incluso si aún no comprende todas las raíces del desastre.
Para él, ser consecuente no significa aferrarse con fanatismo a ideas pasadas, sino tener la capacidad de revisar, crecer y rectificar. “Cambiar de opinión no es traición”, recalca, porque la madurez implica reconocer errores cuando la vida te expone a una verdad diferente. Su propia transformación, explica, ocurrió al contrastar datos reales, historias personales y el sufrimiento visible que ya no puede ocultarse.
El ajedrecista asegura que su mirada sobre las personas también cambió. Hoy no puede admirar a quienes, pese a poseer talento o fama, muestran indiferencia ante la crisis humanitaria que vive el país. Para él, los cubanos deben ser valorados por sus principios y por su postura ante el dolor colectivo.
Por eso destaca la grandeza moral de artistas como Celia Cruz o Willy Chirino, de deportistas como Yordenis Ugás, y de figuras como la profesora Alina Bárbara López Hernández, el poeta Jorge Fernández Era, los presos políticos y los creadores de “Patria y Vida”, todos ejemplos —dice— de verdadera coherencia.
Bruzón concluye que la consecuencia auténtica es vivir alineado con la verdad del presente, no con lo que te enseñaron por obligación. Es tener la valentía de cambiar cuando la realidad lo exige, no callar ante la injusticia y no ser cómplice del dolor de tu propio pueblo. Porque, afirma, “eso es lo que significa realmente ser consecuente”.
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