Sandro Castro, nieto del fallecido exdictador Fidel Castro, volvió a acaparar la atención mediática tras la celebración de Halloween con un grupo de amigos en un lujoso set decorado en negro, donde se observaron disfraces que iban desde vampiros hasta esclavos de los muertos.
En el evento, según imágenes difundidas en redes sociales, los asistentes realizaron juegos teatrales y actuaciones que evocaban rituales ficticios, entregando incluso simbólicamente “la última cristach” a sus “amos”.
La celebración de Halloween, que durante años estuvo prácticamente prohibida o ignorada en Cuba debido a la censura cultural del régimen, parece haber encontrado un espacio de ocio en la vida del nieto de Fidel Castro, quien también ha mostrado interés en desempeñarse como influencer, empresario y actor aficionado.
Las imágenes muestran un grupo de jóvenes disfrutando con total despreocupación, en contraste con la realidad que enfrenta gran parte del país.
Mientras Sandro y sus amigos se divierten todos los días y aprovechan cualquier ocasión para organizar juegos y fiestas, millones de cubanos enfrentan una crisis profunda en el abastecimiento de alimentos y productos básicos, desde la leche y la carne hasta la pasta de dientes y otros elementos esenciales para la supervivencia diaria.
La libreta del escaso racionamiento sigue siendo, para la mayoría, la única forma de acceder a productos esenciales, lo que genera una marcada desigualdad con la vida de privilegio que estos jóvenes llevan.
La celebración de Halloween por parte de Sandro Castro también refleja un desfase cultural e histórico, considerando que su abuelo, Fidel Castro, prohibió y marginó muchas costumbres populares en Cuba, incluyendo festividades como esta.
La ostentación de lujos y la despreocupación por la escasez de recursos en el país genera cuestionamientos sobre la desconexión de ciertos sectores privilegiados de la realidad del pueblo cubano, así como sobre la procedencia de los recursos que permiten mantener este estilo de vida.
En un país donde la mayoría lucha por cubrir necesidades básicas, la vida de Sandro Castro y sus amigos aparece como un contraste dramático: diversión constante, disfraces y fiestas privadas frente a la penuria generalizada, evidenciando la brecha entre los privilegiados por el poder político y la población que enfrenta la realidad de la escasez cotidiana.
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