El drama migratorio vuelve a golpear a la comunidad cubana en Estados Unidos. El pastor Michel Roque Armas, un hombre con permiso I-220A, fue detenido por ICE hace tres meses en San Antonio, Texas, tras acudir a una cita de rutina.
Desde entonces permanece bajo custodia y, este viernes, un juez dictó su orden de deportación, dejando en incertidumbre a su esposa Rosmery y a su hija de solo cinco años.
La familia decidió hacer público el caso ahora, desesperada por encontrar apoyo y visibilizar lo que califican de “injusticia”. Según su esposa, Michel no tiene antecedentes penales en Estados Unidos, se ha dedicado a trabajar y predicar, y siempre ha cumplido con las normas. “Si lo deportan, me quedo sola con mi hija pequeña en un país que no conozco bien, y él no es un delincuente, es un hombre de bien”, expresó entre lágrimas.
La noticia ha desatado indignación en redes sociales. Decenas de cubanos han compartido testimonios similares: hombres trabajadores, sin historial criminal, que fueron detenidos al acudir a sus citas con inmigración. “Ya son muchos los casos, cada vez que reviso el teléfono me entero de otro deportado más, y mientras tanto los verdaderos delincuentes siguen libres”, escribió una usuaria en Facebook.
Otros comentarios apuntan directamente a la arbitrariedad de las medidas: “ICE debería enfocar sus recursos en buscar a criminales, no en separar familias que solo quieren trabajar y aportar al país”, dijo Alina Benítez en respuesta a la publicación original.
El caso de Michel se suma a una ola de incertidumbre que viven miles de cubanos con el estatus I-220A, quienes acudieron legalmente a la frontera, solicitaron refugio y recibieron este documento temporal.
Sin embargo, al no representar una vía hacia la residencia, muchos hoy enfrentan procesos de deportación aun cuando han echado raíces en Estados Unidos.
La comunidad pide a congresistas y líderes locales que intervengan. “¿Hasta cuándo seguirán las injusticias?”, cuestionan familiares y amigos. La situación de Michel Roque Armas se convierte en un símbolo de la fragilidad de quienes llegaron buscando libertad y hoy viven con el miedo constante de ser separados de sus seres queridos.
Mientras tanto, su esposa Rosmery insiste: “Mi esposo no merece esto. Solo pedimos que no lo deporten. Necesitamos que escuchen nuestra voz”.
Fuente: Javier Díaz
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