“¿Me dejarán echar gasolina o me quedaré como un terrorista digital al servicio del enemigo?” Con esa frase cargada de sarcasmo, el actor cubano Luis Alberto García volvió a prender fuego a las redes sociales.
Esta vez, el blanco de su ironía fue Cimex, la empresa estatal que anunció cambios en el uso de la app Ticket para acceder a combustible en La Habana. Su publicación no solo fue una queja, sino un retrato mordaz de la desorganización cotidiana que agobia a millones en la Isla.
Todo comenzó cuando García fue rechazado en un servicentro habanero, pese a tener una cita confirmada para abastecerse de los 40 litros de gasolina regular que le correspondían.
Según Cimex, el sistema presentaba fallos en el registro de datos, y recién ahora —tarde, como siempre— deciden corregir el procedimiento: a partir del 1 de agosto, solo se aceptará el documento de circulación como válido. Pero para muchos, incluido García, la aclaración no llega a tiempo.
“¿CIMEX me autorizará a echar los 40 litros que me tocaban y que me los ‘embarajaron’?”, escribió el actor, sin dejar pasar la oportunidad de señalar el tono vacío y repetitivo de quienes le negaron el servicio.
“¿El compañero que me dijo ‘compañero’ tres veces para justificar tanto desmadre se enterará alguna vez de su ‘compañerismo inmovilista y aguantón’?”, añadió, dejando claro que su crítica no es solo logística, sino profundamente política.
La queja de García no es solo una perreta de redes: es la denuncia de una población atrapada entre la escasez, la desidia institucional y una burocracia que castiga incluso cuando se cumplen las reglas. Su texto resuena porque retrata lo cotidiano con una mezcla de humor negro y desesperanza que muchos sienten pero pocos pueden decir con tanta claridad.
Los comentarios no tardaron en llegar. Algunos, resignados, le advertían: “Cuando regreses te pedirán el último electrocardiograma”. Otros se burlaban con refranes como “árbol que nace distorsionado, jamás su tronco endereza”. Pero en todos se percibe lo mismo: hastío, frustración y la sensación de que en Cuba nada funciona si no es para complicar la vida.
García expone lo absurdo con arte, pero lo que retrata es profundamente doloroso: un sistema donde reclamar derechos convierte al ciudadano en sospechoso, y donde el sarcasmo se ha vuelto el único lenguaje eficaz para no enloquecer.
La pregunta final queda flotando en el aire digital cubano: ¿corregirá Cimex su error o engrosará la lista de instituciones que, en vez de servir, castigan al que se atreve a alzar la voz?
Luis Alberto García, al menos, no se calla. Y eso ya es gasolina para el pensamiento.
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