El gobierno cubano vuelve a demostrar su incomodidad ante cualquier figura que se salga del guion de sumisión y control absoluto que exige dentro de sus fronteras. Esta vez, el blanco de su frustración ha sido nuevamente el Encargado de Negocios de Estados Unidos en La Habana, cuya labor diplomática —alejada de las elites oficialistas y enfocada en la gente común, los jóvenes, la sociedad civil e incluso en embajadores de otros países— ha despertado la alarma de un régimen que teme cualquier forma de apertura o diálogo que no controle.
Desde el portal oficialista Cubadebate, vocero digital del Partido Comunista, se publicó un texto cargado de desinformación y ataques personales, que intenta desacreditar al diplomático estadounidense, insinuando que sus caminatas por los barrios, sus visitas a iglesias o sus encuentros con actores sociales, forman parte de un “plan encubierto” para subvertir el orden interno. Lo que realmente molesta a la cúpula del poder es que el diplomático no se limita a actos protocolares, sino que dialoga directamente con cubanos de a pie —algo que la dirigencia cubana evita a toda costa.
La publicación oficialista intenta, una vez más, responsabilizar a Estados Unidos de todos los males que aquejan al país, desde el hambre hasta la inflación, mientras ignora las propias decisiones políticas y económicas del régimen, que ha asfixiado a la iniciativa privada, reprimido protestas y censurado cualquier forma de pensamiento independiente. En lugar de asumir responsabilidades, la estrategia sigue siendo la misma: señalar enemigos externos.
Lo que más irrita al poder en La Habana es que este diplomático no solo ejerce una diplomacia visible, sino que además lo hace con una narrativa abierta y directa que conecta con la ciudadanía, justo en tiempos en que la desafección con el régimen es creciente. Su estilo de comunicación, a través de redes sociales, podcasts y visitas públicas, representa un desafío para la narrativa oficialista que busca mantener un discurso único y controlado desde el Estado.
La nota de Cubadebate también recurre a ataques desviados, reprochándole al diplomático su supuesta “inacción” frente a temas como la guerra en Gaza o los problemas internos de Estados Unidos. Pero ese tipo de críticas, que intentan esconder la represión y el autoritarismo del régimen cubano bajo una cortina de moral selectiva, solo evidencian la falta de argumentos sólidos y el miedo a que otras voces —como la del Encargado de Negocios— ganen legitimidad entre la población.
En definitiva, lo que denuncia el régimen no es una amenaza real a su soberanía, sino a su monopolio del relato. Mientras Cuba atraviesa una de sus peores crisis económicas y sociales en décadas, ver a un diplomático extranjero conversando con ciudadanos comunes, sin escoltas ni cámaras oficiales, representa un acto subversivo para quienes no conciben otra forma de gobernar que no sea a través del control absoluto.
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