En los últimos meses, el gobierno venezolano encabezado por Nicolás Maduro ha intensificado un despliegue militar en todo el país, —incluyendo zonas urbanas como la capital, Caracas— y ha activado lo que llama un “plan integral de defensa”.
Según las autoridades oficiales, la movilización incluye más de 284 “frentes de batalla” distribuidos a lo largo del territorio, que abarca desde costas y fronteras hasta ciudades estratégicas, infraestructura clave, aeropuertos, puertos y servicios públicos.
Además de las fuerzas regulares —la Fuerza Armada Nacional Bolivariana — el plan implica la activación de una amplia red de milicias civiles, supuestamente voluntarias, como parte del esfuerzo de defensa nacional.
En este marco, se ha reportado la presencia de tanques de guerra, vehículos blindados y ejercicio militar visible en autopistas y zonas cercanas a Caracas, un hecho que llama la atención por su carácter inusual en tiempos de “normalidad”.
Estas maniobras coinciden con lo que el régimen describe como una amenaza externa, particularmente atribuida a un despliegue militar estadounidense en el Caribe, así como a operaciones navales y aéreas de Estados Unidos que, según Caracas, apuntan a desestabilizar al país o desencadenar un “cambio de régimen”.
El ministro de Defensa Vladimir Padrino López ha declarado que el país se encuentra en “máxima preparación” para cualquier agresión, advirtiendo que Venezuela desplegará sus fuerzas —terrestres, navales, aéreas, fluviales y de milicia— para defender su soberanía.
En su discurso, Maduro amenazó con declarar una “república en armas” si se concretara cualquier intervención militar extranjera, subrayando que el país rechaza lo que considera un intento de invasión.
Al mismo tiempo, el régimen ha lanzado una campaña de militarización interna: además de desplegar tropas y armamento pesado, se promueven milicias «obreras y campesinas», milicianos urbanos y patrullajes comunitarios, lo que intensifica la presencia militar en barrios, calles y espacios públicos.
Este contexto de movilización total —tanques por las autopistas, milicias civiles, patrullas permanentes— apunta no sólo a una respuesta militar, sino también a un fortalecimiento del control interno. Para muchos analistas y ciudadanos, las maniobras funcionan como una advertencia, una demostración de poder con efectos disuasorios.
Para la población, esta militarización visible genera un clima de tensión y miedo. Ver tanques en calles, autopistas o barrios —espacios cotidianos— transforma la vida diaria. Además, mediante movilizaciones oficiales, consignas nacionalistas y la convocatoria de civiles a integrarse en milicias, el régimen intenta reforzar su legitimidad y cohesión interna ante la presión externa y el aislamiento internacional.
Lo que vemos hoy en Venezuela no es un simple despliegue preventivo: es una estrategia global —militar, política y social— del gobierno de Maduro para consolidar su control, responder al aumento de presión internacional, principalmente de Estados Unidos y proyectarse ante la población como defensor absoluto de la “soberanía nacional”.
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