El Padre Alberto Reyes Pías es un sacerdote católico de la Arquidiócesis de Camagüey, reconocido por su postura crítica frente al régimen castrista y su defensa de los derechos humanos y la libertad religiosa en la Isla.
Su sección "He estado pensando...!" es una vitrina de lo que acontece en la Cuba actual. Esta vez el clérico trata de lo que significa la desfachatez, esa actitud que no reconoce límites, que arrasa con lo que tiene delante sin respeto alguno por la dignidad, los derechos ni la sensibilidad de los demás.
Según Alina Fernández, hija de Fidel Castro, esa fue una de las armas de seducción que le permitió conquistar a Mirta Díaz-Balart, símbolo de la alta sociedad cubana de su tiempo: “Fidel tenía el encanto de la desfachatez”.
Y es cierto que la desfachatez puede cautivar por un instante, porque aparenta fuerza y determinación. Sin embargo, su atractivo es fugaz: tarde o temprano, se revela como lo que es, un comportamiento incivilizado que erosiona la confianza, destruye vínculos y convierte a los admiradores en detractores.
“Ese mismo encanto inicial que se presenta como audacia fue el que Fidel utilizó para conquistar no solo a una mujer, sino a todo un pueblo. Prometió libertad mientras preparaba cadenas, habló de democracia mientras gestaba una dictadura, rechazó el comunismo de palabra mientras lo implantaba en los hechos. Y lo hizo sin esconderse, con descaro, mirando de frente a la gente a la que engañaba.”
"Cada una de sus promesas fue sembrada en la ilusión del pueblo cubano, pero terminaba traicionada por la realidad. Anunció tierras para los campesinos y terminó nacionalizando la economía casi en su totalidad.
"Habló de prosperidad mientras el país se hundía en la deuda y en la dependencia. Ofreció viviendas dignas, pero lo que se multiplicó fue la miseria. Condenó los abusos del capitalismo, mientras bajo su mandato se cometieron crímenes atroces: el hundimiento del río Canímar, la masacre del remolcador 13 de marzo y el derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate.
"La paradoja fue constante. Denunció la intervención extranjera, pero convirtió a Cuba en base de operaciones militares en África y América Latina. Criticó la falta de valores en los jóvenes ´capitalistas´, mientras en su propia nación se deterioraba generación tras generación la capacidad de distinguir entre el bien y el mal.
“No se trató solamente de un estilo personal, sino de la institucionalización de la desfachatez como norma de gobierno. Lo que comenzó siendo un rasgo de carácter terminó incrustándose en la raíz misma del sistema político cubano.
"Y esa es la herencia más amarga: no solo sufrimos a un gobernante sin escrúpulos, sino que ese modo de actuar se convirtió en la cultura de poder que hoy aún padecemos.
"El reto, por tanto, no es únicamente recordar la desfachatez de un hombre, sino sanar el daño estructural que dejó en la nación.
"Porque solo cuando las raíces de Cuba vuelvan a nutrirse de verdad y de justicia, será posible romper con el mito y recuperar la dignidad perdida".
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