La inesperada suspensión del proceso penal contra el escritor y humorista Jorge Fernández Era llegó el 20 de noviembre, tras casi tres años de lo que él describe como un largo ciclo de represión, amenazas físicas, acoso policial y restricciones arbitrarias.
La Fiscalía dejó sin efecto la causa por Desobediencia iniciada en 2023 y eliminó las medidas cautelares de reclusión domiciliaria y prohibición de salida del país que pesaban sobre él desde abril de ese mismo año.
Para Fernández Era —quien ha enfrentado citaciones, interrogatorios y agresiones por sus críticas humorísticas contra el gobierno—, la resolución es una victoria ganada “a puro timbales”.
En un relato publicado en Facebook, el escritor detalló la reunión con la jefa de la Unidad de Aguilera, Miosotis, acompañada de un oficial de Contrainteligencia del MININT que nunca se identificó. Entró al lugar convencido de que volvería a ser detenido, pero los funcionarios le notificaron la suspensión de la causa y la eliminación de las restricciones que durante más de dos años permitieron a la Seguridad del Estado intervenir en su vida, vigilarlo, detenerlo, amenazarlo y hostigar a su familia.
Antes de firmar, recordó que el proceso no se limitó a la acusación por Desobediencia. Señaló que inicialmente se le imputaron delitos como “Irrespeto a los líderes de la Revolución”, “Difamación contra oficiales de las instituciones armadas” e incluso “Sedición”, cargos que lo colocaron —según él mismo denunció— bajo la sombra de una posible cadena perpetua. Durante todo ese tiempo elevó reclamos ante la Fiscalía provincial y municipal, el Palacio de la Revolución y el Ministerio del Interior, sin recibir respuesta.
Aunque celebró la suspensión, Fernández Era la calificó como un triunfo que revela la arbitrariedad del sistema que lo persiguió. Asegura que su caso demuestra la impunidad de los agentes que lo golpearon, increparon y amenazaron de muerte.
“Ninguno será degradado ni amonestado”, escribió.
El humorista considera que lo sucedido es un mecanismo selectivo para dividir a quienes denuncian abusos y dejar claro cómo se administran castigos y favores según los intereses políticos del régimen. Recordó que no puede sentirse satisfecho mientras otros continúan presos o sometidos a procesos manipulados.
Mencionó los casos de Alina y Jenny, procesadas pese a ser víctimas; el del académico Alexander Hall, impedido de viajar a Ecuador; y la huelga de hambre de Yosvany Rosell, encarcelado desde el 11J. Recordó también la liberación tardía de Luis Robles y la persistencia de cientos de jóvenes encarcelados por motivos políticos.
La decisión de la Fiscalía se produjo apenas un día después de que Fernández Era recibiera una citación irregular —sin sello ni nombre completo— entregada por un teniente de la PNR que, según él, “no sabía” que estaba enfermo. Para el escritor, esta chapucería refleja el patrón de acoso policial que ha sufrido durante años.
Fernández Era atribuye el hostigamiento a su trabajo crítico, especialmente al que realiza para El Toque, medio independiente que hoy es blanco de una agresiva campaña oficial. Afirma que lo que molesta al régimen no es la tasa cambiaria del sitio, sino su periodismo reflexivo y sin cortapisas.
Desde 2023, el gobierno intentó neutralizarlo con arresto domiciliario, detenciones violentas y agresiones físicas. En julio pasado publicó fotos de su rostro y cuerpo golpeados, y denunció amenazas de muerte y tácticas intimidatorias. En una de esas agresiones, asegura, fue golpeado por un teniente coronel al que llamó “cínico y fascista”.
Pese al riesgo, mantuvo su protesta pacífica mensual en el Parque Central, exigiendo respeto a los derechos civiles y el fin del sistema totalitario. Aunque su causa fue anulada, advirtió que las autoridades pueden abrir un nuevo proceso en cualquier momento.
Asegura que no teme a la cárcel ni a las amenazas, y que continuará expresando sus opiniones. Para él, quienes realmente actúan contra los intereses del país son los que buscan anular derechos fundamentales mientras se presentan como defensores de la justicia.
Su absolución, lejos de evidenciar benevolencia oficial, deja al descubierto las costuras de un poder que castiga selectivamente el pensamiento independiente. Por eso concluyó su mensaje afirmando que su historia no ha terminado: “Prefiero pensar que, más que epílogo, este es el cierre de un primer capítulo”.