España acaba de atravesar una de las olas de calor más intensas de las últimas décadas y los datos son preocupantes. El episodio, que se prolongó entre el 3 y el 18 de agosto, se convirtió en la tercera ola de calor más larga desde 1975, con 16 días consecutivos en los que los termómetros superaron los 40 grados en diferentes zonas del país.
El momento más crítico se registró el 17 de agosto, cuando Jerez de la Frontera alcanzó los 45,8 grados y se notificaron 125 fallecimientos en una sola jornada.
Según el Sistema de Monitorización de la Mortalidad Diaria (MoMo), dependiente del Instituto de Salud Carlos III, este verano se han contabilizado ya 2.635 muertes vinculadas al exceso de temperatura, superando incluso las 2.012 defunciones de todo el verano pasado.
Estas cifras confirman una tendencia ascendente que despierta alarma entre expertos y autoridades sanitarias.
"Gran parte de estos fallecimientos no son por golpes de calor directos, sino por la descompensación de enfermedades previas en personas mayores y pacientes vulnerables", explicó Alberto Ruano, director de la Cátedra en Salud Ambiental de la Universidad de Santiago de Compostela.
En la misma línea, Aurelio Tobías, investigador del CSIC, señaló que "el calor es un disparador para la gente mayor, vulnerable, con patologías de base".
Aun así, el Ministerio de Sanidad confirmó que al menos seis muertes sí se produjeron por golpes de calor. Entre ellas se encuentran tres en Andalucía, una en Plasencia y otra en Bilbao, donde la víctima fue un menor, lo que refleja que el impacto de las altas temperaturas no se limita a un grupo específico.
Los expertos alertan de que, con una población cada vez más envejecida, es "probable" que la mortalidad asociada al calor siga aumentando en los próximos años. Natalia Shartova, investigadora del ISGlobal, advierte que se trata de un problema estructural que requiere planes de adaptación y medidas de prevención más ambiciosas.
El sistema MoMo, que compara la mortalidad actual con la media de los últimos diez años, ha demostrado ser una herramienta eficaz para detectar incrementos anómalos en los decesos. De hecho, fue fundamental en los primeros meses de la pandemia de Covid-19.
Aunque las cifras de este año no alcanzan todavía las de 2022, cuando el calor extremo provocó 4.789 muertes, los especialistas coinciden en que la tendencia sigue siendo preocupante.
Como resume Ruano, "la mortalidad atribuible al calor es ascendente porque cada vez la población es más vulnerable, aunque existen factores de adaptación que pueden mitigar parte de ese riesgo".
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