Este viernes santo, los Mossos d'Esquadra detuvieron a un hombre de 43 años en la AP-7, a la altura de Constantí (Tarragona), tras confesar que llevaba el cadáver de una mujer en el maletero de su coche.
El detenido se acercó a una patrulla y dijo que transportaba un cuerpo. Los agentes confirmaron que se trataba de una mujer fallecida con signos de violencia y procedieron a arrestarlo por un presunto homicidio.
Según fuentes policiales, el hombre habría declarado que la víctima era su pareja. El caso está actualmente bajo secreto de actuaciones y lo investiga la Divisió d'Investigació Criminal de Tarragona. La víctima aún no ha sido identificada oficialmente y su cuerpo ha sido trasladado al Instituto Anatómico Forense para la autopsia.
Este terrible suceso vuelve a poner sobre la mesa la violencia machista que persiste no solo en España, sino en muchas otras partes del mundo. A pesar de los esfuerzos institucionales, como la existencia del teléfono 016 de atención a víctimas de violencia de género en España, los feminicidios continúan ocurriendo con una frecuencia alarmante.
El machismo, lejos de ser un fenómeno exclusivo de España o Europa, se manifiesta con igual o incluso mayor virulencia en otras regiones del mundo, como América Latina. En Cuba, por ejemplo, el número de feminicidios ha aumentado en los últimos años.
Organizaciones independientes denuncian la falta de estadísticas oficiales transparentes, así como la inacción de las autoridades cubanas para perseguir y erradicar este tipo de crímenes. Muchas veces, los casos se invisibilizan y las víctimas quedan desprotegidas por un sistema que no cuenta con leyes específicas contra la violencia de género.
Lo mismo ocurre en países como México, Honduras, El Salvador y otros del entorno latinoamericano, donde ser mujer puede convertirse en un factor de riesgo diario. A pesar de que existen movimientos feministas fuertes y campañas de concienciación, la respuesta institucional suele ser lenta, insuficiente o simplemente inexistente.
Es crucial entender que el machismo y sus manifestaciones más extremas —como el feminicidio— no conocen fronteras. No se trata de un problema localizado, sino de una pandemia social global.
Desde las grandes capitales europeas hasta los pueblos más pequeños de América Latina, miles de mujeres viven bajo amenaza constante. En muchos casos, el agresor es su pareja, como en el caso de Tarragona.
Por eso, no basta con indignarse ante un nuevo titular o con compartir un mensaje en redes sociales. La erradicación del feminicidio requiere una respuesta colectiva, contundente y global. Es tarea de los gobiernos, pero también de las sociedades civiles, educar, prevenir y proteger a las mujeres. Cada vida arrebatada por la violencia machista es una tragedia que no debería repetirse.
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