Roxana Maldonado, cubana residente en Estados Unidos desde hace 21 años, comparte un testimonio desgarrador que pone rostro al drama silencioso que viven muchas familias separadas por las deportaciones. Su esposo, Reinier Gutiérrez, fue deportado a Cuba en 2023 tras meses detenido en un centro migratorio estadounidense, dejando a Roxana sola para criar a sus hijos y afrontar la incertidumbre que acompaña a la distancia.
“Eso solo realmente lo sabe, lo siente, el que lo tiene de cerca, el que lo ha vivido, o el que lo esté viviendo”, dice Roxana, con una voz cargada de dolor y rabia contenida. La deportación no fue solo un trámite legal; fue un golpe brutal a su familia, especialmente porque, siendo ciudadana estadounidense, no le permitieron formalizar su matrimonio ni presentar argumentos humanitarios que pudieran evitar la separación.
El niño más pequeño de la pareja, ciudadano estadounidense, tenía solo tres meses cuando su padre fue obligado a regresar a la Isla. Además, enfrentaba problemas de salud, lo que aumentó la angustia de Roxana. Más allá de lo material, “lo más difícil, lo más brutal, lo más humillante que un ser humano pueda vivir” ha sido la imposibilidad de mantener una comunicación fluida con Reinier.
Los constantes apagones y la mala conexión en el campo cubano donde vive impiden conversaciones estables, fragmentando el vínculo vital entre ellos.
Reinier depende de una planta eléctrica que él mismo envió desde Estados Unidos y que ahora necesita reparaciones y combustible costoso para funcionar. Roxana planea visitar Cuba pronto para “resetear un poco” y enfrentar esta crisis que lleva ya dos años.
“Mi amor, no me puedo volver loco porque el que venga para acá con la cabeza ya enfocada en el trastorno, no termina en vida”, le dijo su esposo, consciente del desgaste psicológico que implica el regreso a una Isla sin recursos ni esperanzas.
El testimonio de Roxana ha generado gran empatía y solidaridad en redes sociales, donde otros cubanos comparten experiencias similares de familias fragmentadas por procesos migratorios implacables. Su historia, lejos de ser un caso aislado, refleja el impacto humano profundo y duradero que las deportaciones causan, mostrando que la separación no termina con un vuelo, sino que continúa en el día a día lleno de incertidumbre, lucha y esperanza.
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