Mientras miles de familias cubanas abren el grifo y solo escuchan aire, en la esquina de Avenida 51 y 116, justo frente al Círculo Infantil de Marianao y la Dirección Provincial de Comercio, el agua potable corre libremente por la calle.
El salidero ya es tan famoso que hasta los deambulantes vienen a bañarse allí. Lo saben. Lo usan. Y los vecinos lo ven… impotentes.
Desde hace semanas, el barrio ha elevado múltiples reportes y quejas a Aguas de La Habana, pero la empresa estatal brilla por su ausencia. "No podemos arreglarlo nosotros mismos porque nos dicen que es ilegal tocar las tuberías", comenta un vecino cansado de cargar cubos desde casas lejanas. Mientras tanto, el agua, ese recurso que debería ser sagrado, se pierde a borbotones.
Según datos de organizaciones internacionales, más de 1 millón de cubanos tienen dificultades serias para acceder al agua potable de manera regular.
Para ponerlo en perspectiva: es como si toda la población de Las Vegas, una ciudad en medio del desierto, viviera sin agua corriente.
Es el equivalente a que todos los habitantes de ciudades como Ámsterdam, Bruselas o Praga abrieran el grifo y no saliera ni una gota.
Es diez veces la cantidad de personas afectadas por cortes de agua en barrios marginales de Buenos Aires, donde al menos las autoridades responden a los días.
Pero en Cuba, el sistema no reacciona, no repara, no responde. ¿Cómo puede ser que frente a dos instituciones gubernamentales, el agua corra sin control durante semanas? ¿Dónde están los recursos? ¿Dónde está la planificación? ¿Por qué no se detiene el desperdicio de un recurso tan escaso y tan vital?
La paradoja es indignante: los más vulnerables se bañan en la calle mientras los residentes de la zona no pueden ni cocinar ni limpiar. Y lo peor: se nos exige paciencia… mientras el agua se va, y con ella, la dignidad de un pueblo.
Esto no es solo un salidero, es un símbolo del abandono. Cuba necesita soluciones reales, no excusas.
Fuente: Plástico Habana
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