Las elecciones generales en Bolivia han confirmado lo que durante años se venía gestando: el desplome del Movimiento al Socialismo (MAS), el partido fundado por Evo Morales y que dominó la política boliviana por casi dos décadas. Según los resultados preliminares, el candidato oficialista Eduardo del Castillo quedó relegado al sexto lugar, un golpe devastador para la fuerza política que se autoproclamaba “invencible”.
El ascenso del candidato del Partido Demócrata Cristiano (PDC), Rodrigo Paz Pereira, con más del 32% de los votos, seguido por el expresidente Jorge “Tuto” Quiroga con un 27%, refleja el hartazgo de una sociedad que ya no cree en los discursos de redención socialista. El MAS, que alguna vez sedujo a millones con la retórica de la “revolución cultural y democrática”, hoy simboliza pobreza, inflación y corrupción.
Durante casi veinte años, el MAS tuvo la oportunidad de transformar Bolivia en un país próspero y estable. Sin embargo, lo que dejó fue un Estado dependiente del gasto público, una economía controlada desde arriba y un aparato burocrático descomunal que estranguló la iniciativa privada.
El modelo socialista boliviano, sostenido artificialmente por los ingresos del gas y otras materias primas, se vino abajo cuando los precios internacionales cayeron. En lugar de diversificar la economía, el MAS se dedicó a perpetuar el clientelismo, repartir bonos asistenciales y manipular estadísticas para vender la ilusión de progreso.
Hoy la realidad es otra: inflación creciente, deuda pública disparada, fuga de capitales y miles de jóvenes emigrando en busca de oportunidades. La pobreza estructural, lejos de disminuir, ha regresado con fuerza en las regiones más olvidadas del país. Lo que el socialismo dejó fue una economía dependiente, improductiva y cada vez más empobrecida.
El desplome electoral del MAS también es el resultado de la corrupción y la concentración del poder. Evo Morales y su entorno transformaron el proyecto inicial en un régimen autoritario que utilizó el poder judicial para perseguir opositores, manipular elecciones y aferrarse al poder.
El fraude de 2019, que provocó una de las peores crisis políticas en la historia reciente del país, marcó el inicio del declive. Desde entonces, el MAS no logró recomponer su credibilidad. Las denuncias de enriquecimiento ilícito de dirigentes, la persecución a voces críticas y la manipulación de los recursos del Estado para fines partidistas erosionaron definitivamente su legitimidad.
La elección de 2025 refleja una ruptura generacional y ciudadana. Rodrigo Paz Pereira, un economista con trayectoria política y una campaña austera, logró capitalizar el desencanto con el sistema, superando a viejos nombres de la política como Quiroga y Samuel Doria Medina.
El éxito de Paz no solo se explica como un rechazo al MAS, sino como una respuesta al fracaso del socialismo en su conjunto. Tras dos décadas de promesas incumplidas, la población entiende que el socialismo no sacó a Bolivia de la pobreza: la profundizó.
La historia reciente de Bolivia demuestra que el socialismo, lejos de ser un camino hacia la igualdad, termina generando dependencia, corrupción y miseria. Lo que se vivió en Venezuela, Cuba y Nicaragua, se repite en Bolivia: un ciclo en el que el populismo destruye instituciones y economías, dejando a los ciudadanos más pobres y menos libres.
El MAS se derrumba porque ya no tiene nada que ofrecer. Su discurso está agotado, sus resultados son evidentes y el pueblo boliviano exige una nueva ruta. La pregunta ahora no es qué candidato reemplazará al socialismo, sino si el país será capaz de reconstruirse tras el legado de pobreza, corrupción y división que dejó.
El fin del ciclo socialista en Bolivia es una advertencia para América Latina: los modelos basados en el control estatal y el populismo no traen justicia social, sino miseria generalizada. Bolivia paga hoy el precio de veinte años de un experimento fallido.
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