Resulta casi poético —si no fuera tan trágico— ver a un grupo de cubanos con la ropa empapada, los rostros agotados y las casas bajo el agua, gritando “¡Viva la Revolución!” desde un helicóptero militar.
Uno no sabe si reír o llorar ante la escena. Es como si el adoctrinamiento hubiera echado raíces tan profundas que ni los huracanes logran arrancarlo. Allí están, con las manos vacías, pero la garganta llena de consignas.
El video, transmitido por Yordanis Rodríguez Laurencio desde un vuelo de “Operación Humanitaria”, parece una parodia de sí mismo. Mujeres, niños, un perro y hasta un periodista de Telesur viajando hacia la nada, porque nadie sabe si al aterrizar tendrán un techo. Pero, aun así, no faltan los gritos de “¡Comandante en jefe, ordene!”.
Lo real maravilloso de Carpentier se hace pequeño. Lo increíble es que nadie se detiene a pensar que el mismo estado que los “rescata” es el que los condenó a vivir en la miseria y la desprotección que los hizo vulnerables al huracán.
Esa escena resume décadas de manipulación emocional. La Revolución no solo se apoderó de las fábricas, las escuelas y las viviendas; también ocupó la mente de los más humildes, de esos que todavía creen que sobrevivir es un favor del gobierno y no un derecho. El adoctrinamiento ha sido tan eficaz que incluso la desgracia se convierte en propaganda. El helicóptero no es un simple transporte: es el altar aéreo donde se renueva la fe revolucionaria.
Pero, además, no hay que ser muy inteligente para darse cuenta que la mujer que comienza la proclama, está guiada seguramente que por el mismo periodista que suscribe la nota, una muestra más de que el periodismo cubano es lacayo fiel de la dictadura.
Mientras tanto, las redes sociales hierven. Algunos celebran el gesto como “patriotismo puro”, otros lo ven como lo que realmente es: una muestra dolorosa de dependencia psicológica. Porque gritar “¡Viva Cuba!” cuando tu casa está destruida y tu nevera vacía ya no es amor a la patria, es el resultado de años de miedo, manipulación y costumbre.
El sarcasmo final lo pone el contraste: hace apenas días, medio país se indignaba por un perro abandonado durante las evacuaciones en Granma. Hoy, un nuevo vuelo aparece, y, ¡milagro!, el perro va dentro. Propaganda con cuatro patas y una bandera en el fondo.
En Cuba, hasta la tragedia se filma con guión político. El pueblo más humilde —el mismo que sufre, el mismo que calla— sigue creyendo que debe agradecerle al verdugo por no apretar demasiado la soga. Y mientras el helicóptero aterriza entre ruinas, una voz vuelve a gritar: “¡Viva la Revolución!”. Y sí, sigue viva… pero solo porque la miseria no la deja morir.
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