Domingo por la noche en Cuba. Se va la electricidad y, como millones de cubanos, Cesáreo Navas y Morlanes, escritor y productor de cine, se ve obligado a cocinar y comer en penumbra. Sin luz, sin ventilación, sin televisión. Sin siquiera el consuelo de sus programas dominicales: Alto Impacto, Palmas y Cañas y, con ironía, el "Menticiero", como él llama al Noticiero Estelar.
Desde su taburete en la acera, buscando un poco de fresco en medio de la sofocante oscuridad, Cesáreo observa con amargo humor cómo el gobierno ha logrado imponer una conformidad generalizada. Una resignación que no nace de la paz, sino del agotamiento.
Y aun así, con sarcasmo agudo, dice sentirse “feliz” de que el presidente —que no considera "suyo", porque nunca lo eligió— y su esposa no tengan que pasar por estas miserias cotidianas.
No, ellos están lejos, en misión diplomática en San Petersburgo, disfrutando de hoteles, museos, ballets, desayunos con mermelada de cereza y caviar negro. Mientras el pueblo, y especialmente los jubilados, sobreviven a base de fe, paciencia y taburetes al borde de la calle.
Cesáreo no critica la necesidad de buscar inversiones o alianzas. Lo que denuncia es la desproporción entre los lujos de arriba y las miserias de abajo. El contraste ofensivo entre el confort diplomático y el apagón cotidiano.
Por eso, les pide que no se apuren en volver, que aprovechen para lograr algún resultado tangible, alguna ayuda real. Pero, sobre todo, que no se olviden de los jubilados, de los viejos enfermos, hambrientos, invisibilizados.
Si los rusos quieren ayudar, que lo hagan, dice, y que el gobierno no tenga complejos para aceptar esa "ayudita". Pero que llegue, que no se pierda por el camino, que no se diluya en la burocracia o la corrupción.
Cierra su reflexión con una mezcla de sarcasmo y respeto histórico: "¡Viva el 80 aniversario de la derrota del fascismo! ¡Gloria eterna a los luchadores contra el nazismo!" Un grito de dignidad que contrasta con el abandono de los de ahora.
Y remata con otra verdad incómoda: en Cuba nada funciona bien, ni siquiera la Internet con la que luchó para enviar este mensaje.
Una voz que no grita, pero que duele. Porque es la voz de quien ha vivido mucho, ha creado, ha servido… y hoy solo pide no ser olvidado.
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