El humorista cubano Ulises Toirac ha expresado su indignación ante la ostentación del Festival del Habano, un evento que cada año reúne a empresarios, celebridades y aficionados del tabaco de lujo en La Habana. En un país donde la mayoría de los ciudadanos enfrenta dificultades diarias para acceder a alimentos, medicinas y otros productos básicos, la realización de esta feria se convierte en una burla al sufrimiento del pueblo.
Toirac, conocido por su aguda crítica social, se refirió a la paradoja de que un producto cubano sea símbolo de lujo y estatus en el extranjero, mientras que en la isla, sus habitantes luchan por sobrevivir. Recordó una anécdota de su visita a la finca del legendario tabacalero Alejandro Robaina, donde se encontró con una limusina de lujo en medio del lodo y con un distribuidor asiático durmiendo en una cama rústica. Esta imagen es un reflejo de la contradicción cubana: un país empobrecido que sigue generando productos de alto valor en el mercado internacional, sin que su población se beneficie de ello.
El Festival del Habano es una cita obligada para empresarios y coleccionistas de puros que desembolsan miles de dólares en subastas y catas exclusivas. Mientras tanto, la mayoría de los cubanos apenas puede costear el pan diario. Esta opulencia desmedida dentro de Cuba, promovida por el propio gobierno, es lo que Toirac considera inaceptable. Más allá de que el habano sea un producto de prestigio internacional, la celebración de este evento en medio de la crisis nacional demuestra la desconexión entre las prioridades del régimen y las necesidades del pueblo.
El humorista también cuestionó la falta de esfuerzo para mantener la calidad y el prestigio de los habanos, sugiriendo que la industria, al igual que otras en la isla, está sufriendo un deterioro por falta de inversión y de interés genuino en preservar su legado. Esta realidad, sumada al contraste entre la miseria de muchos cubanos y el derroche de unos pocos privilegiados, genera un profundo malestar entre la población.
El Festival del Habano se ha convertido, en definitiva, en un símbolo de la desigualdad en Cuba. Mientras la propaganda oficial insiste en vender una imagen de prosperidad y excelencia, la realidad que viven los ciudadanos es completamente distinta. La crítica de Toirac pone en evidencia la hipocresía de un gobierno que se enorgullece de sus productos de lujo, pero ignora las penurias de su gente.
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