Tal parece que la No primera dama Liz Cuesta es amante de la música de la orquesta Aragón porque uno de sus emblemáticos números, "A la hora que me llamen, voy", forma parte de su vida diaria.
Y es que la esposa del dictador Miguel Díaz Canel no se baja del avión, nunca se queda en casa y lo mismo ha conocido a grandes jeques que al mismísimo Papa, que en paz descanse. Ahora la autoproclamada "primera dama", en su última aventura del aire, visitó Rusia para las celebraciones por la liberación del fascismo.
Mientras el pueblo cubano apenas sobrevive con una libreta de racionamiento que da lástima y una inflación que da terror, Lis se ha paseado por Nueva York, Roma, Estambul, México, Argentina, Rusia… y la lista sigue. Lo curioso —o insultante— es que nunca se le ha visto en los recorridos por barrios humildes de La Habana ni en las provincias devastadas por huracanes o terremotos. Al parecer, para ella, el turismo solidario no existe. Lo suyo es la diplomacia de hoteles cinco estrellas y cenas de protocolo.
Pero ¿quién es en realidad Lis Cuesta, además de compañera de viajes del “presi”? Antes de convertirse en la reina del photocall internacional, trabajaba en el sector del turismo cultural, algo que sin duda supo capitalizar.
Hoy, según denuncias de medios independientes y fuentes exiliadas, estaría vinculada a varios negocios dentro de la Isla, principalmente en el sector gastronómico y hotelero. Y claro, cuando se tiene el respaldo de GAESA —el pulpo económico de los militares cubanos—, no hay que preocuparse por el precio del dólar ni por la escasez de pollo.
En redes sociales la conocen como "La Machi", una figura casi mítica que aparece en cada gira oficial como si se tratara de una celebridad caribeña, siempre bien peinada, bien vestida y con sonrisa de catálogo, mientras el país se cae a pedazos. Su desconexión con la realidad nacional es tan evidente, que ya ni siquiera intentan disimular.
Y para rematar, en uno de sus eventos más recientes, se le vio portando unos "cascos" de lujo en San Petersburgo, lo que dio pie a la pregunta del millón:
Adivina, adivinador... ¿estos cascos de quién son?
¿De una primera dama abnegada y comprometida con su pueblo?
¿O de una turista oficial, patrocinada por el bolsillo del cubano de a pie?
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