Lo que antes era un momento esperado por alumnos, padres y profesores, un espacio de reconocimiento y alegría, hoy se ha transformado en una actividad que carece de sentido y emoción. Las tradicionales fiestas de homenaje a los educadores, cada 22 de diciembre, cuando se compartían risas, regalos y muestras sinceras de afecto, han dejado paso a encuentros monótonos, llenos de formalidad sin alma. Las fotos que comparte Yosmany Mayeta Labrada en su publicación evidencian claramente este cambio: caras largas, sonrisas forzadas y un ambiente que más recuerda a un trámite obligatorio que a una verdadera celebración.
Antes, los alumnos se esforzaban en preparar canciones, obras de teatro o mensajes especiales para agradecer a sus maestros. Los padres participaban con entusiasmo, y el ambiente estaba cargado de emoción genuina. Hoy, esas actividades parecen meros protocolos que nadie disfruta. Las imágenes muestran a los profesores con expresiones de aburrimiento y desilusión, mientras el público observa con el mismo desinterés. Ni los regalos —flores marchitas o detalles improvisados— logran transmitir gratitud ni generar una sonrisa. La sensación general es de tedio, donde cada momento se arrastra sin chispa ni motivación.
Comentarios de la misma publicación no dejan dudas: un usuario señala que “he visto funerales más animados”, mientras otros destacan la incongruencia entre la idea de “alegría” que debería predominar y la realidad que muestran las fotografías. Algunos incluso comparan las escenas con imágenes de hace décadas, reforzando la idea de que la festividad ha quedado atrapada en el tiempo, desconectada de la vida actual de alumnos y maestros.
Lo triste no es solo la falta de entusiasmo, sino la pérdida de significado de un evento que antes fortalecía los lazos entre escuela, familia y comunidad. La rutina y la formalidad han reemplazado a la espontaneidad y la emoción. Las actividades, lejos de ser un reconocimiento genuino, se convierten en un recordatorio del paso del tiempo y de cómo lo que antes generaba alegría hoy no logra despertar ningún sentimiento positivo; lo que debería ser un momento de celebración y gratitud se ha convertido en un espacio gris, donde el tedio, la desilusión y el aburrimiento predominan, y donde las fotografías capturan no recuerdos felices, sino el reflejo de un ritual vacío que necesita urgentemente recuperar su esencia.
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