El calendario se vuelve memoria y gratitud. Se celebra el nacimiento de Teresita Fernández, cantautora villaclareña imprescindible, educadora del alma, mujer que enseñó a generaciones enteras a amar la vida con la voz baja de la ternura y la hondura de la poesía. Recordarla —como afirmó Liuba María Hevia desde su perfil de Facebook— “no es solo un acto de memoria: es un acto de amor y de responsabilidad”.
Las palabras de Liuba María Hevia, cantautora y heredera natural de ese linaje de sensibilidad, sostienen hoy esta noticia luminosa. En su homenaje, subrayó la razón profunda por la que preservar el legado de Teresita importa: porque en sus canciones viven la infancia, la cubanía, la esperanza y una ética del cuidado; porque nos enseñó a mirar el mundo con dulzura y a cantar desde lo más honesto del corazón. “Teresita no pasa —escribió—: Teresita se queda, nos acompaña y nos guía”. Y con ese gesto de amor público, Liuba le devolvió a la cultura cubana un espejo de gratitud.
En el Día del Educador, la celebración adquiere una dimensión mayor. Teresita Fernández educó cantando. Lo hizo desde la humildad, la austeridad y la libertad creativa; desde una belleza sin estridencias, profunda y clara como el agua.
Sus canciones —Raní, Mi gatico Vinagrito, El zunzuncito Zafirito, Lagartija, Lo feo, Tin, tin— no fueron solo melodías entrañables: fueron lecciones de sensibilidad, puertas abiertas al respeto por la naturaleza y al amor por el ser humano simple y bueno.
Teresita hablaba con palabras que cuidaban. A los animales, les regaló una dignidad cercana y afectuosa; al sol, una luz que abriga; y al mar, ese “más azul de los infinitos”, le confió una imagen que permanece: el mar que pinta el cielo, el horizonte como aula abierta donde aprender a mirar. En su obra, la naturaleza no es escenario: es maestra.
No es casual que su biografía lleve por título Teresita Fernández, una maestra que canta, libro de la periodista villaclareña Alicia Elizundia. El nombre resume una vida y un método: enseñar a través de la belleza, educar con canciones que siembran verdad y ternura. Teresita hizo de la música un acto pedagógico y de la pedagogía un acto poético.
Hoy, la noticia buena —la noticia necesaria— es esta: está prohibido olvidar a Teresita Fernández. Prohibido porque olvidar sería renunciar a la belleza que nos hizo crecer. Celebrarla es, como dijo Liuba María Hevia con gratitud profunda, llevarla consigo. Que su obra siga viva. Que su nombre siga siendo abrigo. Que la maestra que canta continúe guiándonos, con la misma voz humilde y luminosa, hacia el amor por la vida.
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