La participación de los presidentes de Cuba y Venezuela en una ceremonia en Moscú para rendir homenaje al Libertador Simón Bolívar ha despertado una ola de críticas en redes sociales, especialmente por la presencia constante de Lis Cuesta, esposa de Miguel Díaz-Canel. Junto a Cilia Flores, esposa de Nicolás Maduro, Cuesta colocó una ofrenda floral a los pies de una réplica de la estatua ecuestre de Bolívar que se encuentra en Caracas, erigida en la céntrica avenida Lomonósov de la capital rusa.
Aunque el acto fue presentado como un gesto diplomático, las redes sociales no tardaron en cuestionar la frecuencia con la que Lis Cuesta aparece en eventos internacionales, en contraste con su casi total ausencia en la vida pública dentro de Cuba. “Tiene más millas que Cubana de Aviación”, escribió irónicamente un usuario, reflejando la percepción de que Cuesta lleva un estilo de vida completamente alejado de la realidad que vive el pueblo cubano.
En un país sumido en la escasez de alimentos, apagones prolongados, colapso sanitario y represión política, la figura de Lis Cuesta ha comenzado a ser vista como símbolo del desconexión y del privilegio.
Algunos internautas la comparan incluso con María Antonieta, la reina francesa célebre por su lujo en tiempos de penuria popular, acusándola de disfrutar del confort y el turismo de élite mientras la población enfrenta una crisis estructural sin precedentes.
Más allá del acto simbólico en Moscú, las críticas no se centran únicamente en el viaje en sí, sino en lo que representa para la ciudadanía: una élite que parece estar más interesada en las apariencias y los actos protocolares que en buscar soluciones concretas para los graves problemas internos del país.
Mientras el pueblo cubano sobrevive entre colas interminables, inflación galopante y servicios colapsados, Lis Cuesta aparece en escenarios internacionales con trajes elegantes, sonrisas ensayadas y sin una palabra sobre la emergencia social que golpea a millones de cubanos.
El creciente malestar ciudadano en redes es reflejo de una sociedad que ya no tolera el doble discurso ni el privilegio de unos pocos. La imagen de una Cuba oficial de protocolo y viajes choca de frente con la Cuba real del hambre y la desesperanza.
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