EFE
Ya lo habíamos advertido: el gobierno cubano ha convertido la distracción en un método de supervivencia política. Es un modus operandi que se repite con precisión milimétrica cada vez que el país se hunde un poco más en la crisis. Y esta vez no es diferente. En medio de los apagones interminables, la escasez de agua y el colapso sanitario, el régimen vuelve a sacar del bolsillo su viejo recurso: una causa ajena para desviar la mirada. La nueva maniobra lleva por nombre “marcha en la Tribunaa favor de Palestina”.
Pero no será la primera ni la última de sus puestas en escena. Antes fueron las firmas por Venezuela, el concierto de Silvio Rodríguez en la escalinata, el trabajo voluntario de fin de semana o las campañas de “unidad” promovidas en los medios oficiales. El patrón es siempre el mismo: cuando el malestar interno crece, cuando la indignación se asoma, el poder inventa una distracción colectiva que oculte lo esencial —la ineficacia del sistema, el fracaso de la gestión y el deterioro cotidiano de la vida nacional—.
Mientras el aparato propagandístico se concentra en marchas, discursos y consignas, la realidad se desangra por dentro. La crisis energética tiene hoy dimensiones insoportables: apagones de más de diez horas diarias, sin aviso ni calendario, que paralizan la economía doméstica y sumen a millones de familias en la desesperación. En paralelo, el agua se ha convertido en un lujo: hay barrios que pasan semanas sin una gota, dependiendo de pipas que llegan cuando el azar lo permite.
Y si el agua y la luz son un drama, los hospitales son el espejo más cruel del colapso. Brotes de chikungunya y dengue se multiplican sin control, con centros de salud desbordados, sin medicamentos, sin reactivos, sin camas y muchas veces sin personal suficiente.
Pero en lugar de enfrentar la emergencia, el gobierno elige el espectáculo. Levanta banderas, organiza marchas, convoca a jóvenes y obreros a gritar consignas que no resuelven el hambre, ni el calor, ni la fiebre. Con cada evento simbólico, intenta mantener vivo un relato heroico que ya no convence a nadie.
Esta política de distracciones no busca aliviar los problemas, sino anestesiar a la población. Es un guion ensayado: cuando no hay soluciones, se fabrica una causa externa; cuando falta electricidad, se enciende el discurso antiimperialista; cuando el agua no llega, se convoca una marcha. Y así, semana tras semana, el régimen intenta sostener una normalidad que hace mucho dejó de existir.
Sin embargo, cada apagón, cada pipa vacía, cada hospital abarrotado desmonta el teatro oficial. Los cubanos ya no se distraen tan fácilmente. Entre la oscuridad, el calor y la impotencia, muchos saben que ninguna marcha por Palestina —ni por Venezuela, ni por nadie más— resolverá el drama nacional.
El país no necesita otra tribuna, necesita soluciones. No otra bandera ajena, sino una política interna que deje de usar el dolor de otros pueblos para esconder el suyo propio.
Porque la verdadera causa pendiente de Cuba es Cuba.
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