En un reciente artículo publicado por la emisora oficialista CMHW, que radica en la ciudad de Santa Clara, Villa Clara, el periodista se refiere al creciente desorden de los precios en los mercados cubanos, una realidad que golpea a diario a millones de cubanos. Sin embargo, como suele ocurrir en los medios estatales, el análisis se queda en la superficie: se culpa a vendedores y carretilleros, se denuncian precios "abusivos", pero se evita cuidadosamente señalar al verdadero responsable: el Estado cubano y su fallida política económica.
La nota recoge escenas desgarradoras, como la de un anciano que con 30 pesos apenas puede aspirar a una libra de yuca, o la venta de una cabeza de malanga —antaño alimento de descarte— a 50 pesos la libra en un mercado estatal. También se observan disparidades grotescas de precios para un mismo producto: tomates de calidad similar se venden en diferentes puntos de Santa Clara a 50, 100 y hasta 120 pesos la libra… todo en el mismo horario y a escasos metros de distancia.
El periodista se pregunta con razón: “¿Quién va a resolver estos dislates? ¿Quién fiscaliza precios y calidad?”. Pero el enfoque se queda en el señalamiento a los vendedores, sin atreverse a mirar hacia arriba, donde se diseñan y mantienen las políticas que han llevado al país al borde del colapso económico.
La llamada “nueva política de comercialización de productos agrícolas” solo ha traído más descontrol. Ya no se sabe quién establece los precios, ni a quién quejarse por la mala calidad o los abusos. El Estado ha cedido el terreno a la improvisación, pero sin ofrecer transparencia, reglas claras ni un entorno de competencia justa.
Lo que no dice CMHW es que el verdadero desorden viene de un gobierno incapaz de garantizar una mínima planificación coherente. Es el Estado quien imprime dinero sin respaldo, quien mantiene múltiples tipos de cambio que distorsionan la economía, quien impone impuestos asfixiantes a los productores privados, y quien permite que los mercados estatales —teóricamente regulados— vendan al mismo nivel de abuso que los particulares.
Y lo más grave: es el Estado quien ha renunciado a su papel de garante de bienestar, dejando al pueblo a merced de la especulación y del sálvese quien pueda.
El artículo de CMHW señala que el silencio sobre estos temas “desacredita y resta autoridad”. Y no le falta razón, aunque el problema no es el silencio, sino la complicidad. Mientras los medios oficialistas sigan evadiendo la raíz del problema —una economía estatal ineficaz, centralizada, cerrada y carente de transparencia—, el desorden seguirá, el hambre se agudizará, y los cubanos seguirán sumidos en la pobreza.
El pueblo no necesita más sermones sobre “precios justos” ni reportes que culpan a los de abajo. Necesita que se les diga la verdad: que este modelo económico ya no funciona, y que mientras se nieguen los cambios estructurales, no habrá ni boniato a buen precio ni tomate que alcance. Solo miseria. Y eso, lamentablemente, beneficia a los de siempre.
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