Yosleydis Rodríguez Rodríguez, madre camagüeyana, se plantó sola frente al Gobierno Provincial exigiendo algo básico: corriente eléctrica para su hogar. Lo hizo por sus hijos, uno de ellos con síndrome de Down, quien sufrió una crisis tras varias horas en la oscuridad.
Su reclamo no es aislado, sino un grito que representa el agotamiento de miles de familias cubanas. “Desde ayer a las 3 de la tarde no hay corriente en La Güernica. Tengo un niño pequeño y otro con condiciones especiales… por mis hijos hago lo que sea”, denunció sin miedo.
La mujer no se ocultó. Dio la cara, desafió la indiferencia institucional y señaló la desconexión entre quienes gobiernan y quienes padecen los apagones. Mientras esperaba una respuesta, observó cómo funcionarias del Gobierno almorzaban sin apuro. “Claro, comida con corriente. ¿Qué le importa a ellos el pueblo?”, dijo con rabia y cansancio acumulado.
“Nos están matando poco a poco… Es contrarrevolución lo que están haciendo. ¡Pongan un horario! ¡Ya está bueno ya!”, clamó Yosleydis, expresando lo que muchos callan.
Su publicación, amplificada por el periodista José Luis Tan Estrada, generó una oleada de solidaridad. Decenas de personas aplaudieron su valentía, lamentando que estuviera sola en esa protesta. “Ahí debían estar todos sus vecinos”, escribió un usuario. Otros le agradecieron por alzar la voz: “Eso es lo que deberían hacer miles de madres por sus hijos”, dijo otra comentarista.
Las palabras de Yosleydis no sólo reflejan una crisis energética, sino una fractura social: madres desesperadas, niños durmiendo en pisos por el calor, comida echada a perder, enfermedades agravadas por la oscuridad. Mientras tanto, la programación de apagones sigue sin transparencia, ni sentido humano.
Su caso pone el foco en una pregunta que se repite en cada comentario: ¿por qué nadie más se une? “Ese es el problema, la falta de empatía”, dijo una seguidora. Otra fue aún más directa: “Lo que no tienen es que quitar la corriente nunca”.
La imagen de Yosleydis, firme frente al edificio gubernamental, es más que una denuncia. Es un llamado. Su grito, aunque solitario, ya no puede ignorarse. No se trata sólo de luz eléctrica. Se trata de dignidad, de respeto y de sobrevivir.
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