El vicepresidente Salvador Valdés Mesa dejó en evidencia este viernes la quiebra estructural del Estado cubano, al admitir durante un recorrido por áreas arroceras en Holguín que el Gobierno ya no puede financiar ni garantizar la producción del grano básico de la dieta nacional.
En la unidad agroindustrial de Mayarí, el funcionario aseguró que existe agua suficiente para sembrar más de 800 hectáreas, pero no combustible, maquinaria ni recursos estatales para hacerlo. Por ese motivo exigió apoyarse en los “nuevos actores económicos con recursos financieros”, un reconocimiento explícito de que la expansión arrocera solo será posible si los productores privados asumen la inversión.
El mensaje, disfrazado de “reordenamiento productivo”, confirma un giro forzado del régimen hacia el capital privado, al que durante décadas demonizó. La realidad, sin embargo, es insoslayable: el programa arrocero está desplomado.
Los directivos locales señalaron que la falta de maquinaria y combustible paraliza cualquier intento de recuperación. La visita terminó con la propuesta de crear una pequeña empresa independiente para producir arroz, otra señal de que el Estado se rinde ante su incapacidad de sostener la agricultura.
No es la primera vez que Valdés Mesa reconoce el fracaso. En septiembre, en Cienfuegos, había sugerido entregar grandes lotes de tierra a quienes pudieran costear su propio equipamiento. Allí admitió que Cuba gasta más de 400 millones de dólares anuales en importaciones y solo produce el 11 % del arroz que consume.
Las cifras del derrumbe hablan por sí solas:
– Cienfuegos cosechó apenas 10 mil toneladas en 2023, la mitad de lo necesario para su autoabastecimiento.
– Una cooperativa de Aguada de Pasajeros que antes sembraba con regularidad hoy apenas cultiva 17 hectáreas por falta de agua, electricidad y financiamiento.
– En 2024, el país produjo solo el 30 % del arroz obtenido en 2018.
Mientras tanto, el precio del grano continúa disparado: en mayo la libra sobrepasó los 300 pesos en varias provincias, llegó a 340 en La Habana y rondó los 270 en Cienfuegos, a pesar de controles y amenazas.
El arroz, elemento imprescindible de la mesa cubana, se ha convertido en un lujo. Y el panorama no augura mejoras: el Gobierno depende de donaciones, de importaciones que no puede pagar y de un aparato burocrático incapaz de sostener cualquier plan productivo.
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