En Long Island, el verano dejó de ser una temporada de esperanza y trabajo para convertirse en una pesadilla silenciosa. Activistas y residentes de origen latino describen cómo el temor a las operaciones migratorias de ICE está paralizando comunidades enteras en localidades como East Hampton, Southampton, Brentwood y Glen Cove.
Desde que ICE intensificó su presencia en la región en junio, se ha instalado una atmósfera de pánico que empuja a cientos de inmigrantes a evitar cualquier contacto con las autoridades, incluso si están siendo víctimas de abusos laborales, desalojos ilegales o violencia doméstica.
“Muchos ni siquiera quieren acercarse a una corte civil. Prefieren renunciar a sus derechos antes que arriesgarse a ser detenidos,” lamenta Ericka Padilla, asesora legal de la organización OLA.
La situación es tan grave que algunos padres están firmando documentos legales cediendo la custodia de sus hijos en caso de ser deportados. “Es devastador. Madres que podrían ganar $200 por limpieza se quedan encerradas por miedo. Ni siquiera llevan a sus hijos a la escuela,” cuenta María, una migrante ecuatoriana que vive en Riverhead.
“La peor parte es que muchas de estas amenazas son solo rumores en redes sociales, pero aun así, el daño ya está hecho,” explica Minerva Pérez, directora de OLA. La organización ha tenido que reforzar sus esfuerzos de información verificada a través de la campaña “Vigila y Protege”, con el apoyo de voluntarios, incluso de personas que no pertenecen a la comunidad latina, pero que reconocen el impacto que los inmigrantes tienen en la economía y la vida local.
En Brentwood, uno de los puntos más afectados, ya se han verificado al menos 28 visitas de ICE. Aunque la agencia asegura estar enfocándose en individuos con antecedentes criminales, también se han registrado casos como el de Nuvia Martínez Ventura, madre de cinco hijos y sin historial delictivo, que fue detenida en una revisión migratoria rutinaria y enviada a un centro en Houston.
“Si en Nueva York, una ciudad santuario, se están llevando a personas desde las cortes, ¿qué podemos esperar en nuestras pequeñas comunidades?” se pregunta la población con angustia.
Las consecuencias del miedo ya se sienten en las aulas, en las despensas de alimentos y en las calles, donde los jornaleros solían reunirse a diario. Hoy, muchos prefieren desaparecer, temiendo que la próxima redada pueda destruir su vida y la de sus hijos.
El “verano del terror” apenas comienza y las voces de Long Island exigen visibilidad, humanidad y protección.
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