La geopolítica del Ártico vuelve a encenderse y el epicentro de esta nueva sacudida es Groenlandia, la isla más grande del planeta y uno de los territorios más estratégicos del siglo XXI. Donald Trump, ahora nuevamente en la Casa Blanca, ha regresado a un viejo objetivo: aumentar la influencia de Estados Unidos sobre un territorio autónomo que pertenece al Reino de Dinamarca, y que, por extensión, se vincula también a la Unión Europea.
Aunque el presidente estadounidense insiste en que no se trata de un movimiento militar ni económico, su reciente nombramiento de un enviado especial para la isla ha despertado todas las alarmas en Copenhague y Bruselas.
Trump defiende que Groenlandia es clave para la seguridad estadounidense, señalando la presencia creciente de barcos chinos y rusos en la región ártica. A su juicio, Dinamarca ha sido poco activa en el desarrollo de la isla, y Estados Unidos —según su narrativa— debería desempeñar un papel mayor. Este enfoque, que recuerda a los tensos episodios de 2019 y 2021, genera una respuesta inmediata del gobierno danés. El ministro de Exteriores, Lars Løkke Rasmussen, dejó claro que la integridad territorial del reino es innegociable y que cualquier actor, incluido Washington, debe respetarla.
Europa no tardó en alinearse. Ursula von der Leyen y Antonio Costa reafirmaron que el Ártico es una prioridad estratégica para la UE, que considera la estabilidad y soberanía de la región fundamentales dentro del Derecho Internacional. Emmanuel Macron viajó incluso a Nuuk para expresar su apoyo directo a Dinamarca y al pueblo groenlandés, mientras que Pedro Sánchez reforzó el mensaje desde España.
La gran pregunta, sin embargo, queda en el aire: ¿qué ocurriría si Estados Unidos tomara acciones más agresivas? Aunque Groenlandia no forma parte de la Unión Europea, una escalada generaría presiones diplomáticas, sanciones y un nuevo capítulo en la disputa global por el control de los recursos del Ártico.
Y es que bajo el hielo de Groenlandia se esconde uno de los mayores tesoros minerales del planeta, incluidos los depósitos de tierras raras más grandes del mundo. En un futuro dominado por la tecnología, estas materias primas definen la autonomía industrial de las grandes potencias.
Trump lo sabe. Europa lo sabe. China lo sabe. Por eso, la lucha por Groenlandia no es una anécdota: es un síntoma de la gran batalla del siglo XXI por el control del Ártico y los recursos que moldearán el futuro global.
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