El sector eléctrico cubano vuelve a teñirse de luto tras la muerte del joven liniero Cleivi Pujada Castro, trabajador de la Subestación de Playa Baracoa, en el municipio Bauta, provincia de Artemisa.
El muchacho perdió la vida mientras realizaba labores en una línea de 7.8 kV perteneciente al circuito de 13.2 kV, en condiciones que, según denuncias de activistas y compañeros, carecían de la protección adecuada.
La noticia se conoció a través de familiares y amigos en redes sociales. Su primo Liván Pujada escribió un mensaje cargado de dolor: “Con mucho dolor y tristeza anunciamos que nuestro querido Cleivys ya no está con nosotros. Deja a su querida esposa y dos niños que ahora tendrán que crecer sin su papá”.
Otros allegados, como Jorge Pujada Meléndez, lamentaron que “la vida fue injusta y la muerte lo sorprendió en las alturas”, recordando el respeto y cariño que se ganó en vida.
Mientras tanto, la Unión Eléctrica y las instituciones oficiales del sector guardan silencio absoluto, sin emitir una sola declaración pública sobre el accidente. Para muchos, este mutismo es otra muestra del abandono institucional que sufren los trabajadores del ramo, quienes a diario enfrentan largas jornadas, escasez de materiales y equipos de protección; riesgos que se multiplican en un país con un sistema eléctrico cada vez más colapsado.
La activista Irma Broek denunció en Facebook que los linieros “se exponen a constantes riesgos debido a la falta de medidas de protección adecuadas”. Sus palabras reflejan una preocupación creciente: los accidentes en este sector no son hechos aislados, sino una cadena de tragedias que se repite con frecuencia alarmante.
Los antecedentes hablan por sí solos. El 12 de septiembre de 2025, otro liniero casi muere electrocutado en San Miguel del Padrón, salvado solo por la rápida ayuda de vecinos. En agosto de 2024, un joven murió en La Habana tras recibir una descarga; y ese mismo año se registraron al menos dos muertes más en La Habana y Matanzas.
La lista se extiende hacia 2023 y 2022, con víctimas en Villa Clara y Pinar del Río, siempre en circunstancias similares.
Detrás de cada accidente queda una familia rota, como la de Cleivi, que ahora busca apoyo económico para sostener a la viuda y a sus dos hijos pequeños.
El patrón es claro: los linieros en Cuba trabajan en condiciones precarias, sin equipos ni respaldo suficiente y sus muertes se acumulan en un sector marcado por la crisis energética y el abandono estatal. Cada nueva tragedia no solo apaga una vida, sino que desnuda las grietas de un sistema incapaz de proteger a quienes lo sostienen.
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