Mientras la Cuba real se desmorona bajo el peso de una crisis estructural sin precedentes, la televisión estatal se empeña en pintar una nación inexistente. Cada día, entre apagones, explosiones, incendios, accidentes y la miseria cotidiana que agobia al ciudadano común, los canales oficiales siguen transmitiendo una realidad paralela. Titulares sobre “sobrecumplimientos”, “logros económicos” y “alianzas estratégicas” llenan los espacios informativos, pero no los estómagos ni las alacenas del pueblo cubano. En vez de reflejar la verdad, la televisión actúa como una cortina de humo para ocultar el desastre.
El contraste entre lo que se vive y lo que se transmite es brutal. Mientras los hospitales carecen de insumos básicos, las farmacias están vacías, y el transporte público colapsa por falta de combustible, los noticieros priorizan las giras internacionales del dictador designado Miguel Díaz-Canel, su esposa y su círculo cercano. Se les presenta como embajadores del progreso, cuando en realidad son parte del entramado de poder que mantiene al país sumido en una ruina generalizada. Todo esto ocurre bajo una puesta en escena que parece más cercana al teatro del absurdo que al periodismo responsable.
Ferias, congresos, festivales y exposiciones son mostrados como signos de vitalidad, cuando en realidad solo exhiben la desconexión entre el aparato estatal y las necesidades reales del pueblo.
“Es un espectáculo grotesco donde la pobreza se esconde tras el telón de los aplausos forzados y las cifras inventadas" opina un televidente. El objetivo no es informar, sino manipular. No se trata de construir ciudadanía, sino de adoctrinar, silenciar y perpetuar un modelo fracasado que se niega a rendirse.
Otros comentarios se suman: “La televisión oficialista cubana no solo desinforma: humilla. Convierte la tragedia diaria en una parodia grotesca, donde la única constante es el desprecio por la verdad y por el dolor del pueblo.”
Mientras tanto, la población resiste como puede, sin luz, sin comida, sin esperanza, pero con una claridad cada vez más aguda: el problema no es externo, ni momentáneo. El verdadero enemigo está dentro, en las oficinas del poder, en las redacciones del miedo, en las cámaras que censuran en vez de revelar.
Cuba no necesita más “sobrecumplimientos” de mentiras. Necesita luz, pan, medicinas, libertad y verdad. Y para eso, también necesita apagar la televisión que insulta su dignidad.
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