La periodista cubana Yirmara Torres Hernández, quien en su momento presidió la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) en la provincia de Matanzas, ha vuelto a estremecer las redes sociales con una publicación desgarradora en su perfil de Facebook, donde expone el deterioro físico alarmante que observa en su entorno, una realidad que atribuye directamente al hambre.
“La delgadez de mis padres en mis quince años es la que veo en la gente hoy”, escribió, en un mensaje que retrata con crudeza cómo el cuerpo de los cubanos se va desdibujando no por enfermedad ni por regímenes alimenticios, sino por necesidad extrema. La periodista recuerda el beri-beri del Período Especial y cómo ahora, de nuevo, se percibe ese nivel de desnutrición, acompañado por la falta de ropa, jabón y alimentos. En sus palabras, lo más doloroso no es solo el panorama visible, sino que aún hay quienes “no quieren ver la realidad. O peor aún: prefieren hacer como que no la ven”.
Sin embargo, lo que más ha llamado la atención de esta publicación no ha sido solo su contenido, sino su cierre:
“No autorizo la reproducción de este post en ningún medio”.
Una advertencia que, viniendo de una periodista que por años formó parte del aparato de comunicación oficial, resulta especialmente significativa. Y es que estas denuncias, crudas y necesarias, no han tenido cabida en medios estatales como Granma, Juventud Rebelde o Cubadebate, sino que han encontrado espacio únicamente en Facebook, esa red social que tantas veces ha sido desacreditada por el propio sistema que ella integró.
Este no es su primer desahogo público. En noviembre de 2024, Yirmara relató con valentía el robo que sufrió en su casa mientras su hijo estaba solo, denunciando también la ineficacia policial en Matanzas. Su testimonio de entonces también tuvo resonancia, pero probablemente también consecuencias. De ahí que el reciente “No autorizo la reproducción” suene más a una medida de protección personal que a un verdadero deseo de mantener privado el contenido.
Hoy, Yirmara no cuenta con tribunas tradicionales para expresarse. No ha sido convocada para debates públicos ni para escribir columnas de opinión en medios oficiales. Lo que antes fue su herramienta profesional, hoy se le niega. Por eso, su voz —solitaria pero firme— resuena con más fuerza desde el margen digital, denunciando una verdad incómoda que, como tantas veces en Cuba, no se intenta debatir, sino “silenciar”.
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