La historia del arte cubano no puede contarse sin mencionar a Salvador Wood, uno de los actores más respetados, versátiles y queridos del país. Reconocido por generaciones de cubanos, su legado artístico permanece vivo a través de interpretaciones memorables en filmes emblemáticos como La muerte de un burócrata y El Brigadista, además de su extensa labor en radio, teatro y televisión.
Nacido el 24 de noviembre de 1928 en Santiago de Cuba, fue en esa misma ciudad donde nació también su compañera de vida por casi seis décadas, la actriz Yolanda Pujols. Proveniente de una familia santiaguera, fue el único de su linaje con el arrojo de dedicarse al arte dramático, una elección que marcaría su destino.
Su debut en los medios ocurrió en 1943, con solo 15 años, cuando interpretó a uno de los ocho estudiantes de Medicina fusilados en un programa radial especial. Dos años más tarde, ya con 17, se subió por primera vez a las tablas en la obra Don Juan Tenorio, bajo la dirección del actor José María Béjar, asumiendo el papel de Don Luis Mejías. Años después, recordaba aún de memoria los versos que compartía con el Tenorio en la célebre escena de la Hostería El Laurel.
En 1952 incursionó en la televisión cubana, encarnando por primera vez a un personaje campesino en un programa del Canal 2, dirigido por Jesús Cabrera. A lo largo de su carrera, interpretó hasta 18 tipos distintos de campesinos, personajes que dominaría con autenticidad y sensibilidad.
Su entrada al cine ocurrió en 1960 con el documental Chinchín, filmado en Matanzas bajo la dirección de Humberto Arenal y la fotografía del canadiense Harry Tanner. Pero fue en 1976 donde vivió uno de los momentos más conmovedores de su trayectoria: el rodaje de El Brigadista, donde compartió pantalla con su hijo Patricio Wood, también actor, en un emotivo testimonio de herencia y fraternidad artística.
Otro papel que marcó profundamente a Salvador fue el de José Martí, que interpretó en 1968 en un programa televisivo dirigido por Pedro Álvarez, con motivo del centenario del inicio de las guerras de independencia. Su esposa, entonces novia, encarnó a Carmen Zayas Bazán, completando así un retrato íntimo de la historia cubana.
A pesar de no haber recibido formación académica formal, Wood se forjó como un actor empírico, absorbiendo enseñanzas de colegas como Juan Carlos Romero y Alejandro Lugo, y sumergiéndose en las técnicas del teatro de Stanislavski tras el triunfo de la Revolución. “Siempre lamenté no haber aprendido música, porque como dijo Martí, la música es la más bella forma de lo bello”, confesaba, convencido de que ese arte habría fortalecido aún más su desempeño como actor.
Su talento, constancia y pasión le valieron el Premio ACTUAR 2016 por la Obra de la Vida, otorgado por la Agencia Artística de Artes Escénicas, en reconocimiento a su legado en las tablas y las pantallas cubanas.
Hasta el final de su vida, Wood se mantuvo activo. En 2006, participó en la película Listos para la Isla, y a sus 80 años se declaraba aún enamorado del arte de actuar y profundamente agradecido por su compañera de vida, a quien le dedicó estas palabras: “Tengo un apellido de madera, pero una voluntad de hierro”.
Salvador Wood falleció el 1 de junio de 2019, a los 90 años de edad. Con él se fue un pilar de las artes escénicas cubanas, pero quedó un legado inmortalizado en películas, obras y la memoria de todo un pueblo.
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