La capital cubana enfrenta un escenario que combina crisis crónicas y emergencias evitables. Con apagones frecuentes, escasez de agua potable, transporte ineficiente, carencia de medicamentos, hambre persistente y, ahora, inundaciones provocadas por lluvias y un sistema de alcantarillado colapsado, La Habana parece ahogarse en su propio abandono.
La situación se agrava por la falta de mantenimiento de los tragantes, muchos de los cuales llevan décadas sin limpieza, requiriendo herramientas especializadas como martillos neumáticos para destaparlos, denuncia el escritor cubano Cesáreo Navas.
El problema no es nuevo. Desde hace décadas, las autoridades provinciales han dejado fuera de sus prioridades la limpieza preventiva de estas infraestructuras vitales.
Lo que impera es “la desidia, la falta de compromiso y la ausencia de sentido de pertenencia con la capital de todos los cubanos”. Sin control ni exigencia, la ciudad queda a merced de cada aguacero, que convierte calles en ríos y viviendas en zonas de riesgo.
Estamos en plena temporada lluviosa y, de no tomarse medidas urgentes, las consecuencias podrían ser aún más graves para la vida y el patrimonio de los habaneros.
El llamado es claro: actuar antes de que la próxima tormenta deje un saldo mayor de pérdidas y desesperación. En una denuncia pública, se señala que, al final de la “galería de los tragantes” en mal estado, aparecen las fotos de los actuales secretario del Partido y de la gobernadora de La Habana, quienes —según el texto— recibieron el reporte por correo electrónico.
La expectativa ciudadana es que ellos “tienen la obligación de revertir el daño y marcar la diferencia”, aunque la desconfianza popular persiste.
Las reacciones en redes sociales reflejan un sentimiento generalizado de frustración. Una usuaria señala con ironía que a nadie le importa nada y que los dirigentes “están para engordar”. Otro comenta que no solo es cuestión de comodidad, sino de corrupción, y acusa a las autoridades de “robar” mientras disfrutan de privilegios en zonas exclusivas como el Country Club y el Biltmore.
También usuarios remarcan que la situación se ha sostenido “a pura desidia”, sin que haya existido intervención externa alguna, y denuncian que la élite política goza de buena salud “gracias a la desgracia del pueblo”.
“Cada día es peor”, resume una vecina, mientras otra apunta que las autoridades no sufren el problema porque no caminan por las calles afectadas. El dicho popular parece encajar a la perfección: "no hay peor ciego que quien no quiere ver". En este caso, la ceguera institucional tiene a La Habana atrapada entre el agua y la indiferencia.