En Holguín, la creatividad para obtener dinero fácil y sobrevivir a la crisis económica ha alcanzado niveles insólitos. En apenas unos días, se han destapado dos casos que, aunque parecen sacados de una comedia, reflejan la precariedad y la desesperación que viven muchos cubanos.
El más reciente involucra a Juan Manuel García, un vecino del reparto Pedro Díaz Cuello, que decidió convertirse en “inspector de transporte” sin serlo. Armado con un solapín falso y una actitud autoritaria, se dedicaba a abordar guaguas y cobrar el pasaje a los pasajeros, haciéndose pasar por funcionario oficial. Durante algún tiempo, el ardid le permitió llenar sus bolsillos, hasta que la suerte se le acabó. Según la información difundida por el perfil oficialista Cazador Cazado, cercano a la Policía Nacional Revolucionaria, García fue sorprendido en plena faena por verdaderos inspectores, que lo capturaron con el dinero en la mano y sin argumentos para justificar su presencia en el transporte público.
Este episodio recuerda otro caso reciente en la misma provincia, también revelado por Cazador Cazado, que generó indignación y asombro en las redes. Se trata de Belkis Bauzá, una mujer que, con uniforme de enfermera y modales de personal médico, operaba un “negocio” clandestino dentro del Hospital Vladimir Ilich Lenin. Su objetivo: alquilar camas en la sala de maternidad, cobrando a quienes las necesitaban.
Ambos casos comparten un mismo trasfondo: la creciente tendencia de inventar cualquier “estrategia” para ganar dinero en un país donde el salario estatal no alcanza para cubrir las necesidades básicas y las oportunidades legales de ingreso son limitadas. En este contexto, muchos optan por actividades ilícitas que, aunque arriesgadas, ofrecen ingresos inmediatos.
La situación económica en Cuba, marcada por la escasez de alimentos, medicamentos, transporte y combustible, ha forzado a la población a desarrollar lo que popularmente se llama “inventar”. En el pasado, este término podía asociarse a pequeños trueques o trabajos informales; hoy, sin embargo, se extiende a prácticas cada vez más audaces, que rozan o cruzan el límite de la legalidad.
En el caso del falso inspector, la maniobra no solo afectaba a los pasajeros, que pagaban sin recibir comprobante alguno, sino que también desacreditaba a las verdaderas autoridades del transporte, que ya enfrentan dificultades para controlar el fraude en un sistema deteriorado. En cuanto a la falsa enfermera, su actuación resultaba particularmente grave por aprovecharse de un contexto hospitalario, donde la escasez de recursos y la vulnerabilidad de los pacientes hacen que cualquier irregularidad pueda tener consecuencias serias.
La repetición de estos episodios en Holguín, y seguramente en otras provincias, refleja que más allá de la anécdota pintoresca, hay un problema estructural: la gente busca formas de sobrevivir, aunque eso implique suplantar autoridades o falsificar identidades.
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