En Guisa, provincia de Granma, autoridades informaron sobre la ocupación de “toneladas de plátano maduro” que serían trasladadas en un camión particular hasta Bayamo para su venta “ilegal” a precios considerados elevados. Según la publicación oficialista Entérate con Aytana Alama, el producto fue incautado y enviado a Acopio para su “comercialización legal” a precios más bajos.
Lejos de generar aplausos, la noticia provocó una oleada de críticas entre los internautas, que ven en esta medida otro ejemplo de cómo el gobierno cubano, en lugar de facilitar la producción y el comercio, bloquea cualquier iniciativa independiente.
“Elian” escribió: “Son unos descarados, decomisan para quedarse con el dinero. Dejen a cada cual vender su mercancía. Pónganse en contra de las drogas y dejen al pueblo que haga lo que sea para salir adelante. Solo quieren enriquecerse ellos, los dirigentes delincuentes y corruptos de este país”.
Otro usuario, “Raúl”, cuestionó la lógica oficial: “Gracias a estas personas el pueblo come plátanos maduros y los campesinos pueden vender sus productos para sostener a sus familias, ya que el Estado no les paga, no los transporta ni les facilita la venta”.
La indignación generalizada refleja un problema estructural: en Cuba, todo está prohibido o controlado por el Estado, y el mercado funciona bajo reglas distorsionadas. “Silvio” lo resumió así: “Este es un país donde todo está prohibido. El Estado ni vende, ni produce, ni deja vender. Cada día más hambre y miseria”.
Las quejas no se limitan a lo moral, también apuntan a los costos reales de producir. “Liborio” recordó que: “Ese campesino tuvo que comprar el petróleo a 500 pesos el litro y luego pagar el tractor a 5 000 pesos por hectárea para poder lograr esos plátanos. Para la dictadura cubana es más fácil coger todo hecho”.
Este decomiso, lejos de solucionar el problema de acceso a los alimentos, es un síntoma de la verdadera crisis: un sistema económico que asfixia la producción privada y se empeña en fijar precios por decreto, ignorando los costos reales y la dinámica del mercado.
En lugar de incentivar la siembra, mejorar la infraestructura de transporte y permitir que la oferta y la demanda determinen los precios, el gobierno apuesta por la represión económica. Se incauta un camión de plátanos, se envía a Acopio y se vende a precios artificialmente bajos, muchas veces con pérdidas para el productor y sin garantizar la calidad o la distribución efectiva.
La consecuencia es clara: menos incentivo para producir, menos alimentos disponibles y un círculo vicioso de escasez. En un país donde la inflación y el desabastecimiento marcan el día a día, esta política no solo es ineficaz, sino contraproducente.
El mercado, cuando se le deja funcionar, regula el precio y estimula la producción. Pero en Cuba, el mercado está secuestrado por el mismo Estado que no produce lo suficiente para alimentar a su población y que, al mismo tiempo, criminaliza a quien intenta hacerlo por su cuenta.
Mientras persista esta mentalidad de control absoluto, decomisos como el de Guisa seguirán siendo moneda corriente… y el hambre, una realidad imposible de ocultar.
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